Voluntarios de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), y otras ONGs, les explican que están en un campamento informal, espontáneo, que surgió ante la gran afluencia de refugiados, y que no deben tener miedo, que pueden tomar agua y comer.
Los refugiados se acumulan, rodeados de basura y en condiciones insalubres, entre las carpas levantadas para los que pasaron la noche en este descampado.
Los voluntarios invitan a los refugiados a hacer la cola que se está formando para esperar los colectivos que los llevarán a los "centro de registro".
Les dicen que allí sólo les tomarán las huellas dactilares, que no están obligados a quedarse, que los dejarán salir.
Pero Aehm, como muchos otros refugiados que acaban de llegar, se resiste a entrar en los campamento sin tener garantías de que no lo obligarán a registrarse, porque de hacerlo peligrarían sus posibilidades de solicitar asilo en otro país.
Viaja con una familia amiga y su sobrino, un niño cuyo padre fue "asesinado por Assad", remarcó.
"Tenemos miedo, no queremos quedarnos en Hungría. Nos salvamos de morir en un barco cruzando de Turquía a Grecia, que se hundió. El padre de estos niños murió en un bombardeo en Siria. Buscamos seguridad, y un país en el que poder trabajar", le dijo Aehm a Télam.
Su amigo Majd, de 23 años, explicó que desertó del Ejército sirio y que si le llegan a denegar el asilo -como se sospecha que hará el gobierno húngaro con muchos de los refugiados- se enfrenta a la posibilidad de que directamente lo maten.
"Me fui porque no quería matar a mis hermanos y si vuelvo me matarán a mi", afirmó.
"No queremos ir al campamento, pero ¿qué opciones tenemos?", preguntó Majd.
Y las opciones son dos: o suben a los colectivos o, como hacen otros refugiados, se escabullen entre las plantaciones de girasoles del lugar e intentan llegar a la ruta más cercana para allí tomar un taxi clandestino.
El problema es que la zona está rodeada por policías y, si los ven, los devolverán otra vez al punto de salida de los micros o directamente los llevarán a los campamentos de detención.
Además, en los últimos días la policía húngara intensificó los controles y realiza redadas para "cazar" a los refugiados que lograron llegar caminando o en taxis hasta la ciudad de Szeged, a unos 12 kilómetros de la frontera.
Télam fue testigo hoy de la detención de unas 10 personas, quien fueron rodeadas por la policía en la Avenida Sandor de Szeged y las obligaron a subirse a patrullas.
En los últimos días también hubo redadas en la estación de trenes de la ciudad.
"No Camp" (Campamento No), repiten sin cesar hombres, mujeres y niños, tan pronto atraviesan el único hueco que queda abierto de la alambrada de púas que separa Serbia y Hungría.
Desde hace días el gobierno húngaro utiliza reclusos para terminar de cerrar esa puerta de esperanza por la que diariamente pasan más de 3.000 refugiados que escaparon de la guerra, el hambre, la miseria y la persecución en países como Siria, Afganistán, Irak, Somalia o Eritrea.
Hoy, colocaron los últimos postes en los 20 metros que quedan sin sellar.
En tanto, la frontera amaneció tomada por soldados húngaros, quienes por ahora sólo vigilan el paso de los refugiados sin hacer ningún tipo de intervención.
Sin embargo, el primer ministro húngaro, el conservador Viktor Orban, anunció que en pocos días, el 15 de septiembre, todo será distinto: la frontera se cerrará y los que pasen serán detenidos.
Este anuncio de que Hungría no respetará la libre circulación dentro de la Unión Europea (UE) le valió a Orban feroces criticas, especialmente de la vecina Austria.
"El gobierno de Hungría tiene la obligación de mantener la frontera abierta a estas personas que son solicitantes de asilo", advirtió en declaraciones a Télam Babar Baloch, vocero del Acnur, quien recibe a los refugiados en territorio húngaro tan pronto cruzan la frontera.
"También deben facilitarle ayuda, tratarlos con dignidad y llevarlos a un lugar seguro", apuntó el portavoz.
"Como máximo pueden retenerlos durante 24-32 horas", insistió Baloch, respecto a las leyes de asilo y refugio que deben cumplir Hungría en tanto miembro de la UE y firmante de convenios internacionales.
Los refugiados siguen llegando sin cesar. Rica, afgano de 18 años, dejó su país porque allí "no hay seguridad, no hay trabajo, y no se puede estudiar".
Detrás de él, por las vías, viene caminando Hussein, un joven electricista de 27 años. "Viajé solo porque es peligroso y muy caro. Pero quiero ir hasta Holanda porque ahí tengo amigos, y buscaré un trabajo para traer al resto de mi familia que se quedó en Siria", aseguró.
"Esto no va a parar, esperamos unas 15.000 personas en los próximos días. Llevamos más de dos años lanzando alertas mundiales sobre la crisis de refugiados que se avecinaba, pero nadie tomó medidas", lamentó el vocero del Acnur.
Mientras, Jasmine y sus 12 familiares llevan varios minutos discutiendo si siguen caminando por las vías o buscar un camino alternativo que les permita sortear a la policía húngara para poder dirigirse directamente a Budapest.
No se deciden, dudan, hasta que finalmente se meten entre unos arbustos para probar suerte. Otros, como Wissan Farcon, un refugiado palestino que vivía en Siria y fue doblemente expulsado por la guerra, esperan paciente para subir a un colectivo, resignados sobre su destino más inmediato.
Anwar, un joven sirio de 17 años que viaja con toda su familia, también espera.
"Vamos a llegar hasta Alemania, voy a estudiar física -porque soy fanático de Newton- e iré a ver a Messi, de eso estoy seguro", expresó, como si de ese futuro tampoco tuviese escapatoria.
Fuente: Télam