Tienen perfectamente estudiado hasta qué altura de la Martín Berho llegan, o saben que al puente negro de Villa 9 de Julio no se acercan ni locos. Aprendieron la lección por experiencia propia o padecimientos ajenos.
A algunos, lo de ser tachero (o taximetrero, como prefieren llamarse) les duró unas pocas semanas. Esa es la historia de Antonio, que hoy vive en Santa María, y al taxi lo dejó tirado en un zanjón, al costado de la autopista que va al aeropuerto. Dos semanas antes había invertido los pesos que tenía en un Renault 19. Para sacarle todo el jugo a la jornada, él trabajaba de día y su tío de noche.
Una tarde se subieron tres tipos y le dijeron "A La Agüadita, maestro". "Un buen viaje", pensó Antonio. No hace falta decir que nunca llegó a La Agüadita, porque antes lo asaltaron a punta de navaja.
"Uno de los choros -cuenta Mario, el taxista que oficia de guía turístico por las zonas rojas- encontró un revólver debajo del asiento que era del tío y Antonio ni siquiera sabía que existía". Después de darle un culatazo comenzaron a dispararle, pero el arma tenía el seguro puesto.
Antonio consiguió salir del taxi y comenzó a correr. Dos delicuentes empezaron a perseguirlo y le acertaron tres navajazos en la espalda. En ese momento apareció un camión y los delincuentes pegaron la media vuelta. "Conclusión 1: le duraron dos semanas las ganas de ser taxista (ahora tiene una carnicería). Conclusión 2: ni armado estás seguro en el taxi", redondea Mario.
"Ahí no entro"
Mario (solicitó que no se publique su apellido) le mostró a LA GACETA cinco lugares en los que no ingresa. Las zonas rojas de los tacheros están a pocos kilómetros del microcentro.
Hace 25 años que Mario maneja ("de día", aclara) y tiene cientos de anécdotas. El asiento trasero sirvió de sala de partos (para recibirse de taximetrero la anécdota de la parturienta es infaltable), le tocó levantar a jóvenes en pleno barrio Norte para llevarlos a comprar droga, pero confiesa que lo peor que vio en su vida fueron adolescentes de 13 años prostituyéndose en una estación de servicio con los camioneros. ("aquí arriba ves de todo").
Hablar de la inseguridad es remanido y hay poco por hacer, opina Miguel Frías, vocal del sindicato de peones de taxi. "Nos sentimos inútiles frente al tema, pero tampoco creo que sea recomendable descartar barrios en los que trabaja gente humilde que necesita el servicio", añade. Pero, él lo sabe: cada uno cuida el pellejo como puede.
Autopista circunvalación y calle Honduras
Para los que van a los barrios 2 de Abril y Costanera esta altura es la última parada, ni una cuadra más. Son barrios peligrosos de día y de noche. Entramos. "Mirá, allá, ese chico está vendiendo paco", dice Mario, mientras señala a un joven que pasa los 20 años. "Por un par de pesos para droga te sacan la radio".
Francisco de Aguirre al 1.900
Según nuestro guía este lugar parece el más inofensivo, pero es uno de los más peligrosos. Pedro, un vecino que vive allí desde hace 70 años, dice que casi todas las noches se escuchan tiros y que hace tres semanas mataron a un joven durante una discusión. Es una de las entradas a Los Pocitos. A unos 300 metros hay una comisaría.
Bajada de la Ruta alternativa para Alderetes
"Cuando quieren ir al barrio Antena, te piden que agarrés por esta ruta y cuando bajás te dicen que sigás derecho, ahí te das cuenta para donde quieren ir, pero les decimos que no entramos más". Al Antena le siguen el barrio Güemes, donde hay una comisaría, y El Palomar.
Puente negro del FFCC en villa 9 de julio
Mario aclara que no se trata de toda Villa 9 de Julio, en realidad llegan hasta la Martín Berho y Coronel Suárez, a 100 metros del puente. "Al puente ya no lo cruzamos, lo que sigue es un asentamiento", comenta. Del otro lado está Villa Santa Rosa de Lima.
9 de Julio y Cangallo
Esa esquina pertenece a Villa Angelina y es la última parada antes de ingresar al barrio Alejandro Heredia, y después al Tula. "La zona es desesperante, los pasillos se cierran y casi no entra un auto. A las 11 de la mañana me asaltaron", cuenta el taxista.
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