Sucedió en Boston, en 1975. No hay duda. Un Lacan furioso se negaba a usar corbata para permanecer en el restaurante. La revista Actuel hará de esa anécdota, la viñeta para la portada de su número dedicado a Las aventuras de Jacques Lacan.
Catherine Clément describe a ese tipo del blazer de rayas blancas y azules que rompe platos, portador de una mirada enloquecida y de una boca de par en par abierta, como un Lacan que le resulta desconocido. No, no es el Lacan encantador y seductor que todas las semanas dicta su seminario con frases esotéricas y reveladoras, ofreciendo por momentos, según la escritora, un diálogo íntimo, un guiño personal. Tampoco es el Lacan al que dejó de visitar porque dibujaba, casi exclusivamente, cordeles en la pizarra. No es el Lacan que cambió la palabra por garabatos, el silencio con más silencio y con más silencio el mutismo.
El Lacan de Pierre Rey dista aún más de aquél que describe la revista: su Lacan fuma en cantidades extraordinarias hasta convertir el consultorio en una nube blanca. Su Lacan es amable, le ayuda a conseguir entrevistas, le ofrece su número personal en caso de necesidad, al tiempo que deja, sin inmutarse, que Pierre Rey cometa sus propios y dolorosos errores. Mientras que el Lacan de Pierre Rey ofrece libertad, el Lacan de Gerard Haddad es más metódico: dirige por momentos el análisis, le pone a prueba en cada paso, acepta que los avatares del trabajo de su paciente configuren la experiencia analítica. El Lacan de Gerard Haddad practicará las famosas sesiones breves, las que duran sólo segundos. Sesiones con la puerta entreabierta, sesiones con un Lacan ausente.
También el Lacan de Stuart Schneiderman practica las sesiones breves; su Lacan no tiene buenos modales ni consideración, corta las sesiones sin titubear ni dar explicaciones. Su Lacan es un Lacan incomprendido, poco valorado. Su Lacan aun merece más llanto. El Lacan de Elisabeth Roudinesco quería ser reconocido, quería ser respetado, buscaba los grupos más exclusivos de intelectuales para formar parte de ellos. Es un Lacan más variado. Confundiendo lo objetivo con la variedad, la autora construye un Lacan variopinto, con el tono de elegante distancia de quien cree escapar de lo que enuncia. Advertido de esa imposibilidad, Jean Allouch acompaña a su Lacan de las 213 ocurrencias, cuando es posible, con notas al margen.
El Lacan de Francois Whal acepta, no sin rechistar, las sugerencias para hacer textos más legibles. Su Lacan acepta escribir. Hay más Lacan(es), siempre lo habrá. Y es que, si la experiencia del análisis sesga la lectura de los textos psicoanalíticos, sesga también, en cada analizante, un Lacan y un Freud, una teoría y una práctica, una singularidad y un eco de singularidades.
Fuente: Télam