Los recuerdos de la infancia incluyen los inolvidables Bazooka con gusto a frutilla, historieta incluída y la posibilidad de estirarlos y hacer globos. En la adolescencia, las variantes de los Bubaloo son las preferidas.
La vida adulta lleva al consumo de chicles sin azúcar ya sea para evitar el mal aliento o como una suerte de engaño al estómago.
Los chicles sin azúcar son consumidos por un público mayor de los 12 años de edad y el target que opta por esta variente de goma de mascar es la gente mayor de 41 años.
En la Argentina el mercado está liderado por los Topline de la alimenticia Arcor y por Beldent de Mondelez.
En materia de precio promedio por unidad, un chicle cuesta 2,85 pesos y si se los compra en un envase que agrupa a varias unidades, el gasto promedio es de alrededor de cinco pesos por compra.
La historia cuenta que el consumo de chicles se remonta a la época de los egipcios, griegos y mayas, civilizaciones que mascaban las resina proveniente de árboles, recuerda Diego Serantes, gerente de marketing de Chicles y Caramelos Mondelez International.
Luego, en 1870, el estadounidense Thomas Adams descubrió la planta donde se extraía la resina y la comercializó. La base del chicle era una resina de un tipo especial de árbol originario de zonas tropicales de Centro América conocido como zapotillo.
Tomó esta substancia y la combinó con saborizantes y azúcar y obtuvo la primer versión del chicle.
Originalmente, Adams buscaba una sustancia alternativa al caucho para la fabricación de neumáticos y terminó describiendo un alimento.
Luego, durante la segunda guerra mundial, el ejército norteamericano surtió a las tropas con chicles para calmar la ansiedad y reducir el hambre.
A mediados del siglo pasado se sustituyó la resina vegetal como componente principal de la goma de mascar, por otros productos sintéticos derivados del petróleo, debido a que reducían los costos de producción.
El chicle no sólo es usado a manera de pasatiempo gastronómico, sino que también es un auxiliar en los tratamientos para controlar el peso.
Recientemente investigadores argentinos elaboraron un chicle para control del apetito a partir de la goma de mascar a la que se le incorporan ingredienes de origen natural como el extracto de café verde, derivado de granos sin procesar.
Los chicles son golosinas con prensa a favor y en contra. Los críticos advierten que el sorbitol que tienen algunos chicles sin azúcar es un laxante que puede ocasionar diarrea crónica.
También se fustiga al consumo del chicle como un hábito desagradable, que lleva a la masticación incesante, al dolor mandibular y que al ser arrojados al piso determinan que su limpieza sea dificultosa.
Los defensores del chicle advierten que el aumento de flujo de saliva originado por la golosina, neutraliza el ácido de alimentos y bebidas. También lo alagan porque ayuda a aminorar el apetito, produciendo saciedad sensorial.
Asimismo, se destaca el chicle con nicotina orientado a los tratamientos que ayudan a dejar de fumar.
Fuente: Télam