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Miercoles 08 de Mayo de 2024
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El francés Jerome Ferrari tematiza el fin de las civilizaciones

La descomposición de un pequeño universo doméstico como metáfora del orden civilizatorio bosqueja la anécdota central de El sermón sobre la caída de Roma, obra del escritor francés Jerome Ferrari ganadora del Premio Goncourt -el más prestigioso de la literatura gala- que reflexiona sobre la construcción de la memoria y la decadencia de occidente.
"Ignoramos, en verdad, qué son los mundos y de qué depende la existencia de los mismos. En algún lugar del universo tal vez esté escrita la misteriosa ley que preside su génesis, su crecimiento y su fin. Pero sabemos esto: para que surja un nuevo mundo primero debe morir un mundo antiguo", escribe el escritor y profesor en el comienzo de esta historia que arranca en 1918 y recorre todo el siglo XX.

El sermón sobre la caída de Roma, publicado por Random House Mondadori, da cuenta de un universo pequeño y cerrado, de a ratos clautrofóbico, en el que dos amigos de la infancia -Matthieu y Libero- se instalan en la isla de Córcega para dirigir un bar tras haber abandonado sus estudios de filosofía.

También se narra la historia de Marcel, el abuelo de Matthieu, quien intenta construir su mundo ideal en Indochina (Vietnam) y a la vez las cavilaciones de Aurélie -la hermana de Matthieu-, quien se replantea una relación amorosa mientras viaja a Argelia para estudiar unas ruinas arqueológicas.

El disparador de la sexta novela de Ferrari -ganadora del Premio Goncourt 2012- es un sermón pronunciado por San Agustí­n en el año 410 tras la toma de Roma por los bárbaros, que el escritor retoma para construir una trama poética y ominosa sobre la inestabilidad del mundo: "Los mundos pasan, en verdad, uno tras otro, de la oscuridad a la oscuridad, y su sucesión puede que no signifique nada", suelta en el texto.

"Quería escribir sobre el devenir de mundos de distinto tamaño, sobre lo que ocurre cuando un hombre siente amenazada su identidad y decide recostarse en la evocación de un pasado donde todo era mejor", explica a Télam el también traductor y profesor de filosofí­a en el Liceo Francés de Abu Dhabi, donde actualmente reside tras ejercer la docencia durante varios años en Argelia y en Córcega.

Télam: la noción de violencia recorre subrepticiamente el libro: está presente en el nacimiento de uno de los personajes y también en la idea de que para que surja un nuevo mundo tiene que ser destruido el anterior ¿Es la violencia el hilo conductor de las civilizaciones?
Jerome Ferrari: No diría una cosa tan general pero es cierto que la novela está inscripta en la tradición córcega, que es una sociedad bastante violenta. A nivel de la civilización, por el contrario, creo que las cosas se pueden terminar de forma no tan violenta. Por ejemplo, cuando se observa la destrucción del bloque soviético, lo que se ve es un proceso relativamente rápido de destrucción que no alcanza niveles elevados de violencia.

En la novela justamente trabajo la idea de un pequeño evento que mueve todo y desata la decadencia. El asunto es ver cuál es el pequeño elemento invisible que luego se va a mantener de pie.

T: Frente a esa decadencia, en la novela hay toda una gama de personajes que manifiestan conductas infantiles frente al cambio y ponen en juego recursos que van desde la idealización a la negación ¿A los personajes les cuesta aceptar la desintegración del mundo que conocieron?
J.F: Es como una forma de no tomar en cuenta la realidad. También es cierto que vivimos en un mundo en que la infancia tiende a prolongarse indefinidamente. Esta idea aparece reforzada también por la simetría que se da entre los personajes de Marcel y su nieto, Mathieu. Los pensé como si estuvieran frente a un espejo. El hecho de que se parezcan es la razón por la que el abuelo no quiera a su nieto: tienen la misma negación para aceptar una realidad que no desean.
El nexo común de estos personajes es que no pueden elegir el mundo al que pertenecen y a su vez tampoco consiguen pertenecer al que les gustaría: Marcel quiere huir de Córcega y no lo logra, mientras que Matthieu lograr entrar en ese mundo, pero no consigue permanecer. Y después está Aurelie, que intenta penetrar en Argelia y no lo consigue.

Marcel sueña con irse y Matthieu con regresar, y no lo consiguen ni el uno ni el otro. Ambos terminan teniendo la misma desilusión, el mismo fracaso.

T: La novela explora las maneras de gestionar la memoria: el personaje de Marcel se convierte en la única evidencia de la existencia de su familia, en el único que puede descifrar la foto de su madre y sus hermanos ya muertos. ¿Cuánto hay de azaroso en el proceso de la memoria por el cual una persona decide recordar ciertos episodios y olvidar otros?
J.F: No hay nada más difícil que ver las cosas tal cual son. De hecho, tal vez eso sea decididamente imposible porque nuestra percepción de las cosas está llena de deseos, de "ganas de" y eso altera la relación con la verdad. En el caso del personaje de Matthieu esto es tal vez un poco más fuerte aún: él tiene una incapacidad muy fuerte para ver las cosas tal cual son, idealiza demasiado. Creo además que es una enfermedad típica de Córcega esto de no querer ver las cosas como son.

T: Dos de los personajes centrales abandonan sus estudios de filosofía para abrir un bar ¿Hay una lectura implícita sobre las dificultades de esta disciplina para sintonizar con las dificultades del mundo contemporáneo?
J.F: Pienso que desde un punto de vista práctico la filosofía es inútil pero eso no le quita ningún valor. No creo que la reflexión filosófica sirva para resolver problemas personales o políticos. En primer lugar porque el comportamiento humano es a veces infra-racional. Creo que la filosofía, como la literatura, permiten dar una lectura del mundo, con lo cual no comparto la desazón de los personajes.
Me parece que el rol de la filosofía hoy es casi nulo. Vivimos en un mundo más interesado en los aspectos comerciales y de consumo que en lo relativo a la filosofí­a o la literatura.

T: Es muy recurrente en su novela la noción de mundo: la historia funciona como un entramado de mundos distintos, cada uno de los cuales organiza la percepción de los personajes ¿La función del escritor es contraponer y poner en diálogo esos universos distintos?
J.F: El mundo es el gran tema de la novela. Es una noción muy interesante en filosofía pero que también se puede abordar a nivel literario. El planteo central tiene que ver con la estructura: cómo se distribuyen los elementos en un espacio. Así funciona la novela, interrogando cómo se organizan desde un bar hasta el imperio colonial francés.

Podemos considerar también a la novela como un mundo cerrado que entra en decadencia. Y lo hace a partir de una pequeña grieta que pasa inadvertida. Por eso la novela arranca con la desaparición de un personaje que después ya no retorna a la escena nunca. Esta desaparición marca el comienzo de la desintegración.

Fuente: Télam

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