Rodeada de sus preciadas obras, hiladas en uso, muestra orgullosa los ponchos, las ruanas bordadas, triángulos, bolsos, almohadones y pullos de llama y ojeva, que ésta vez ha traído desde su Tinogasta natal para exhibir en la feria artesanal, con la esperanza de siempre de que “sea buena la venta”.
“Es un grupo familiar, con dos sobrinas, pero que trabajan con nosotros”, explica cuando se le pregunta sobre con quien trabaja, reafirmando el carácter comunitario de esta actividad económica.
Sobre su mesa se destacan los marrones y Aldacira explica que: “en todos los tonos de marrones y de verde, los tengo con los vegetales, de enero hasta mayo le da un color vegetal del campo, y de junio para adelante le da otro tono, la misma planta le da otro color”, fechas en que el campo les da un color especial, como ella lo mismo lo explico con sabiduría.
Sorprenden los ojos sus diseños por la simpleza y belleza de sus trazos pero más por su prolijidad, como si hubiera pasado años diseñando el modelo; cuando en realidad solo los dejo salir de su cabeza y ni siquiera necesito bosquejarlos, pues son invento suyo, tan espontáneos como ella, no hay dibujo previo, no hay patrón, solo la fantasía.
