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Sabado 27 de Abril de 2024
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Camille Claudel bajo la lupa de Bruno Dumont

En Camille Claudel, 1915, el cineasta franco-belga Bruno Dumont consigue recrear la atmósfera de un encuentro entre la escultora, internada en un sanatorio para dementes, y su hermano, el poeta y dramaturgo Paul Claudel, al punto de ilustrar algunas de las hipótesis que el psicoanalista francés Jacques Lacan hace suyas a partir de la lectura de la trilogía del escritor convertido tempranamente al catolicismo.
Juliette Binoche es Camille y Jean-Luc Vincent es Paul; Camille Claudel, forzada a la internación por su madre en 1913, espera la visita de su hermano menor, y cultiva la remota esperanza de que éste atienda sus ruegos y la devuelva a París. Película sobre la duración y la soledad, dura, austera como la piedra de donde cuelga el asilo.

Dumont -católico como Claudel, discípulo de Robert Bresson- es un cineasta atravesado por la extrañeza, el misterio de la revelación y de las conversiones; sus films son luminosos, no están cifrados al gusto del ocultismo progresista acelerado por fuerza de los motores digitales y no esconden el juego.

Lacan lee a Claudel luego de que Claudel leyera las Iluminaciones y Una temporada en el infierno de Arthur Rimbaud, y luego de su revelación (en vísperas de navidad, en Notre-Dame, 1886) y posterior conversión al catolicismo. El secuestro del legado de Rimbaud, por obra de dadaístas, surrealistas y comunistas de ocasión es una de las batallas que dará. Su catolicismo es herético, no busca epígonos.

Escribe Hugo Savino: Hereje por católico y un poco más, por la manera en que se sitúa frente al lenguaje. Ningún maldito, de esos de suplemento, hoy, es un peligro para la sacrosanta comunicación. Claudel, hereje porque no está en la propaganda de lo auténtico. Sin sombra, el fetichismo de lo auténtico es la luz de la comunicación. Claudel es un escritor que no hace coro.

¿Por qué deja que su hermana se pudra en ese hospicio? Camille, escultura, amante de Rodin y de Debussy, se encierra en su atelier, y dos meses después de la muerte del padre, su madre firma la orden, terminante: una ambulancia se la lleva a la fuerza, primero a un asilo y luego a otro, del que nunca saldrá. Las visitas están prohibidas. El único que desconoce esa prohibición es su hermano.

Dumont tiene la habilidad de presentar al personaje como reflexivo, elegante, inmune al horror del hospicio, sin señales de duda sobre el estado de su hermana. El mismo escapa de su madre, deseoso como en el poema de Lezama Lima, pero es un padre humillado, como lo fue el suyo, que se opuso sin éxito a la internación de su hija. El padre humillado es una de las piezas teatrales que Lacan lee durante el transcurso del seminario sobre la transferencia.

Las otras dos piezas son El rehén y El pan duro. La trilogía recorre tres generaciones, las de la familia Coûfontaine, y algunos puntos de referencia históricos que situó su autor son 1789, la revolución; 1804, Napoleón emperador; 1830: restablecimiento de la monarquía; 1848: revolución popular y establecimiento en el poder de Napoleón III.

Sin decirlo, ¿sin saberlo?, Claudel representa en sus dramas el fin de la sociabilidad monárquica y punto a punto, el declive de la autoridad paterna que se hará más notorio en las megalópolis con el fin de un modo del lazo social contra el cual reaccionan las vanguardias y sus instituciones comunitarias para iniciados.

Camille Claudel, estigmatizada por supuestos trastornos persecutorios y delirios de grandeza, es el chivo expiatorio sobre el que se montará la impotencia de su hermano, abandonado junto a una hija -natural, como se decía- por su mujer: un padre humillado.

La película de Dumont, sin hacer explícito ninguno de estos tópicos, no recrea un fenómeno histórico ni hace psicología. Es una muestra de cómo el malestar en la cultura se desplaza como una placa tectónica sobre la que bailan los sujetos una danza de la que la muerte jamás se ausenta.


Fuente: Télam

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