Catamarca
Sabado 04 de Mayo de 2024
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Carver por Montero

Conocí a Montero hace unos años, en el Purple Rain Pub. Al principio, los dos nos sentábamos a leer, a la hora del crepúsculo, en alguna de las mesas pegadas al ventanal, ignorándonos. Después empezamos a reconocernos y a saludarnos con un movimiento breve de la cabeza antes de acomodarnos a una respetuosa distancia para no molestar nuestras respectivas lecturas.
Luego, meses más tarde, cuando la camarera comenzaba a barrer el piso, nos acostumbramos a quitarnos la supuesta energía que podía darnos el exceso de cafeína compartiendo un par de whiskys. Yo era un lector caótico, que podía pasar de El Cabeza de Martelli a Las particulares elementales de Houellebecq y de este a El Capitán Alatriste de Pérez-Reverte sin ningún remordimiento. En cambio, Montero sólo leía a escritores norteamericanos contemporáneos: decía que allí, un poco por un lado, otro poco por otro, estaba escrita su biografía.

Hablábamos, cómo es lógico, sobre todo y ante todo, de literatura, y, a veces, Montero me dejaba buenos momentos como este:

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Ayer, cuando te vi leyendo Seda recordé un episodio que en el pasado me afectó muchísimo: el descubrimiento, a principios de 2001, de un artículo de Alessandro Baricco sobre las correcciones del editor Gordon Lish a los cuentos de Raymond Carver.

En ese artículo, Baricco describe con incredulidad como al abrir un ejemplar del "New York Times" encontró una investigación de un tal D. T. Max, quien contaba que había viajado a una biblioteca de Bloomington, Indiana, a la que Lish le había vendido todos los escritos a máquina de Carver, incluidas sus devoluciones, con la intención de comparar los textos de De qué hablamos cuando hablamos de amor con las correcciones.

Max se encerró allí unas semanas y calculó que Lish había quitado la mitad del texto original. Y no sólo eso: también le había cambiado el final a diez de trece cuentos.

La reacción de Baricco fue literaria: como no puede creer lo escrito por Max se sube a un avión y viaja a Bloomington. Pide ver el archivo Lish, lee primero el original con las modificaciones a "Diles a las mujeres que nos vamos" y recibe un arltiano cross a la mandíbula. Esa descarga eléctrica que es el último párrafo del cuento, uno de los finales más impresionantes en la historia de la literatura contemporánea, no es una creación de Carver, sino de Lish, quien le había podado las seis últimas páginas al original.

Tras su sorpresa inicial, Baricco, inteligente y piadoso, en lugar de denostar al escritor o al editor, ve y nos muestra, entendiendo la turbación que provocará en los lectores de Carver su artículo, que el camino no tiene final, sino que, simplemente, se bifurca. Plantea que no vale la pena tratar de comprender si los cuentos son mejores como los escribió Carver o como los corrigió Lish, sino tener la posibilidad de poder entrar al mundo primario de Carver.

Culmina Baricco diciendo que el último día en Bloomington relee algunos de los cuentos y sentencia: "Bellísimos. De manera distinta, pero bellísimos"

Desde la lectura de aquel artículo esperé que sucediera algo, que apareciera la prueba material e irrefutable de que Baricco no había mentido con el "bellísimos", de que, más allá de las páginas desechadas y los finales trocados, Carver, a pesar de la exhaustiva faena de Lish, aun estuviera allí. Quizá parezca una exageración haberle dado tanta importancia a ese incidente. Los cuentos emocionaban y conmocionaban, más allá de que fuera real o ficticia esa historia de las correcciones: y eso era lo que importaba. Sin embargo, después de aquel acontecimiento me resultaba difícil leer a Carver sin pensar si lo que leía era su máquina de escribir o la lapicera roja de Lish.

Supe que esa duda sólo desaparecería cuando tuviera en mis manos las versiones originales de esos relatos.

Principiantes apareció en Argentina en mayo de 2010 editado por "Anagrama", y la verdad que su lectura quita cualquier duda que se pudiera tener sobre el talento y la pericia de Carver. Aquellos cuentos corregidos por Lish, los que según los teóricos son los más representativos exponentes del "realismo sucio", en Principiantes navegan de manera natural en esa gran corriente denominada "Cuentística norteamericana contemporánea", en la que siempre se mantienen a flote los capitanes de navío O. Henry, Cheever y Salinger, los alférez Canin, Ford y Moore y ese corsario despiadado y luminoso conocido como Tobias Wolff.

Si el Carver de Lish es el prototipo de la más estimulante expresión del cuento moderno, el Carver sin Lish se amolda, sin incomodidades ni complejos, a lo mejor que, para mí, nos ha dado la literatura en el siglo veinte.
Me gusta imaginar a Carver avanzando por el sendero de Baricco, llegar a la bifurcación que se le propone, y, de una manera fantástica, manera que, por cierto, él aborrecería, desdoblarse y avanzar por ambos caminos, sin dudas ni tropiezos. Carver está ahí, y ahí, por suerte, es dos partes, para disfrutarlo por duplicado.

Esa noche, por supuesto, los whiskys los pagué yo.

Fuente: Télam

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