Catamarca
Viernes 26 de Abril de 2024
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Cuando un médico escribe

En Tormentas, el escritor y médico Juan Zorraquín relata en seis episodios los avatares de unos cuerpos atrapados por la fuerza de los elementos y por un deseo interminable para redundar en un efecto sin perspectiva ni distancia, completamente íntimo y espacial.
El libro, publicado por la casa Mar Dulce, se inscribe en la noble tradición que supieron honrar Anton Chejov y Gottfried Benn, con cortes de un romanticismo tardío, de altísima sensibilidad a los gradientes de dolor.

Este es el diálogo que Télam sostuvo con el autor.

T : En los cuentos, las condiciones climáticas siempre parecen provocar un efecto sobre los cuerpos y los actos de los personajes. ¿Por qué esa idea?
Z : Podría responder que son simples metáforas; quizá así empezó esta serie de cuentos. La misión fue purgarme de una novela anterior, El fin de la corriente, donde intento entender ciertas situaciones políticas, existenciales y psicológicas sobre el poder femenino y el masculino, la lucha de los sexos, la pugna entre sensibilidades o formas de entender el mundo. Escrita a la manera de las novelas del siglo XIX, me tomó mucho tiempo.

T : ¿Cómo empezó todo?
Z : En mi casa natal, la escritura estaba prohibida o condenada como algo poco útil. En mi conciencia competía con la cirugía y la medicina en la distribución del tiempo. La escritura prohibida; la lectura, muy estimulada, una paradoja entre actividad y pasividad. Esa novela fue para mí el lugar del goce, no estaba pensada para publicarse. La literatura es otra forma de vivir y gozar en las palabras. Es un placer solitario, un refugio. Finalmente, la publiqué a mi costo. Es una novela sobre la conciencia de los personajes, sus laberintos, interrelaciones, impotencias, debilidades.

T : ¿Y estos cuentos?
Z : Estos cuentos tuvieron otra concepción. No quería pensar sino ver. Me situé fuera de la conciencia de los personajes, de los cuales sé poquísimo. Lo que fue metáfora al principio fue testimonio después. Sé, porque he visto, que la gente cuando se enferma y es internada, muere más de noche que de día. Acá me permito transmitir la conexión que existe entre la naturaleza y los hombres. Hablo de personas sensibles a las alteraciones climáticas.

T : Pareciera que en muchos de los protagonistas masculinos existiera una doble condición respecto de las mujeres: misoginia y compasión.
Z : Como todo lo humano es inestable y se modifica, las relaciones sexuales a veces traen problemas de indeterminación. Eso también es la libertad. Creo que cuando hablo de los sexos, se trata de los dos principios femenino y masculino (en un sentido taoísta): el hombre no es sólo naturaleza. Atravesado por la palabra, se introduce la libertad y la indeterminación.

En cada ser cohabitan esos principios en diversas proporciones. Los hombres entienden el poder como una cosa, un objeto, un símbolo, y por eso tienden al fetiche. La parte por el todo. Pero cuando el todo femenino se manifiesta, muchos no saben cómo actuar y fracasan. Las mujeres entienden el poder como una función, nada de fetiches. El hijo es de ellas y es una posibilidad. Es verdad: el hombre, en presencia de lo femenino, suele responder con ira (misoginia) o compasión. Es difícil mantener el ideal amoroso.

T : Y las mujeres parecen oscilar entre la erotomanía y el sacrificio como virtud.
Z : No veo la erotomanía en ninguna parte. La erotomanía es una especie de rasgo desesperado, fijo, irreductible. Pero veamos: son seis cuentos. En el primero, "Los dos náufragos", no hay mujeres. En "Mares", se trata de un hombre acosado por tentaciones metafísicas, atrapado en sí mismo, y una mujer que exige plenitud, que marca incapacidad, impotencia. En "Ser macho" hay un hombre que no se conoce, que no puede dar el paso hacia el amor y una mujer que se enamora a pesar de sí misma. En "La furia" se trata de un drama entre hermanos, una historia de rivalidad, moral y venganza o justicia. En "La libertad y el deseo", un hombre apenas puede con su hijo y la niña-mujer ordena la rivalidad. En "Otra tormenta", la protagonista es la enfermedad y la desesperación que la acompaña. No veo erotomanía, tampoco sacrificio.

T : En el primero y en el último de los cuentos, según mi opinión, es cuando cierto fraseo, más allá de los "contenidos", se hace explícito.
Z : Soy un nostálgico de la poesía, género al que no accedo fácilmente. Intento que lo escrito sea bello. Eso es pretencioso en una época que no busca belleza sino precisión. Busco el claroscuro, el contraste. Si digo poesía pienso en palabras, música y ritmo. Intento traducir el ritmo del tiempo y la acción que tiene consecuencias.

Uso verbos y juego con sus conjugaciones para marcar diferencias. Soy cuidadoso con los adjetivos. El dolor humano logra atravesarme, cuando lo veo es como el inicio de un viaje (dolor llamo al espanto de lo impensable que se nos impone, al que solo queda enfrentar). Entonces, inicio una travesía al interior de esa persona desequilibrada por el sufrimiento. A esa coparticipación posible llamo belleza. En mi experiencia, cada persona porta un texto en la palabra y en el cuerpo.

Mi orgullo como médico es curar, y que cada persona se entienda mejor. Para esto, la palabra justa. ¿Algo que vivo? El dolor. Trato de ser fiel a esos textos humanos, rendirles un homenaje.

T : ¿Es una impresión fugaz o tenés una mirada no muy amable de la llamada condición humana?
Z : La condición humana es un problema. "Con el número dos nace la pena", decía Marechal. Pero la pena es manejable. La vida existe en otro lugar, donde el egoísmo se hundió y soplan vientos fuertes, suceden terremotos e incendios. En ese sitio está mi atalaya y lo demás es distracción, cuento o esnobismo; coartadas de la nada frente al absoluto. Me hice en cocinas, dormitorios, cárceles, hospicios, asilos, hospitales, quirófanos, morgues, sobredosis, llantos, gritos. He visto epidemias y las combatí. Y conozco el sol, el mar, la risa, el baile, la fiesta, el esplendor, el cielo, lo divino, el lujo y el exceso, y cuando arde la piel, la condición humana es lo más próximo a lo absoluto que tenemos.

Fuente: Télam

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