Recordemos que Bajo un manto de estrellas, como la mayor parte de sus piezas teatrales, fue escrita lejos de la argentina, teñida por un exilio que comenzó con amenazas telefónicas y con la prohibición de su novela The Buenos Aires Affair. En Bajo un manto de estrellas los personajes centrales escuchan diariamente el radio teatro de la tarde. Ninguno tiene una verdadera vida, más bien parecen hablados por esas mismas voces que surgen del eter. Los dueños de casa provienen de una burguesía rural hipócrita y decadente. La acción transcurre en 1940, pero los dos extraños que llegan al predio están vestidos con trajes de la década del 20. Se presentan al público como ladrones de joyas, pero en seguida se convierten en los probables padres de la hija adoptiva de los dueños de casa, o el supuesto padre se transforma en el príncipe azul con el que soñó la misma jovencita y hasta en un antiguo amante de la señora. Puig juega con la sorpresa y se aleja de todo realismo. Podría inferirse que su teatro pertenece a un absurdo vernáculo de fuerte contenido crítico. La materia de sus obras es la pesadilla. Y esto también puede advertirse en Misterio del ramo de rosas (1987), Triste golondrina macho (1988) y el musical Un espía en mi corazón (1988), todas editadas por Entropía en su Teatro reunido.
Otra de las operaciones estéticas de Manuel Puig consiste en poner al descubierto los vicios, las miserias y las ridiculeces de la dictadura que lo había expulsado del país. Los rostros adustos, severos y siniestros de quienes representaron la catástrofe que vivió la Argentina de aquellos años aparecen en sus textos como lo que son: monstruos de pacotilla, cobardes y asesinos. Lo que cierta clase media calificaba como "gente bien", en la maquinaria teatral de Puig se imponen como timoratos insatisfechos a la espera de que algo cambie en las vidas opacas que llevan adelante. La mirada del autor de Cae la noche tropical no deja pasar ningún detalle a la hora de ridiculizar a sus personajes. No sería exagerado afirmar que Puig es más radical en su teatro que en sus novelas. Basta con leer algunas escenas de sus obras para percibir que nada tienen que ver con la literatura y sí, en cambio, mucho con el teatro. En los textos surge naturalmente la puesta en escena. En ese sentido la suya es una teatralidad desbordada.
Fuente: Télam