- ¿Qué te pareció la experiencia del Filba en Azul?
- Todas han sido actividades interesantes y motivadoras. Creo que el Filba hizo un trabajo eficaz y organizado, y que produjo algún efecto en la ciudad que luego se verá. Esta es una ciudad muy agradable físicamente, aunque creo que le falta un poco de industria y turismo, no turismo cultural, sino masivo. En general, se han dedicado a lo cultural, es una ciudad cervantina y martinfierrista. Además, tiene algo muy bueno, es cuna de payadores.
- ¿Por qué es tan atractiva la crónica de viaje?
- Mucha gente se interesa porque el viaje es una experiencia común, casi todos hemos viajado, más cerca o más lejos, pero siempre tenemos algo para contar. En la escritura, el viaje es un género muy libre, podés mezclar la ficción con el ensayo, decir lo que pensás y lo que ves. No tiene las leyes del cuento o la novela, se pueden mezclar las cosas.
En la crónica de viaje se combina todo: las reflexiones, los sentimientos, la observación o la declaración. Se puede pasar de información general a información precisa. Pero, claro, siempre depende de quien lo hace, un viaje puede estar mal contado y no lo lee nadie.
- ¿Te sentís más cómoda en ese género?
- Últimamente he virado hacia la crónica, pero igual creo que los géneros se están desdibujando cada vez más. Hay un libro de Julio Ramón Ribeyro que se llama "Prosas apátridas", donde se aborda esa mezcla de reflexión, cuento y crónica. En cierto sentido la crónica es un riesgo menor. La novela o el cuento implican un trabajo de construcción más complejo. La crónica se puede desarmar más fácilmente.
- ¿Qué es lo que más te interesa en el viaje?
- Hay personas que se interesan por las piedras o las montañas, a mí me llaman las personas, los letreros, lo que me dice cómo es un lugar. Con el tiempo, vas generando una intuición, sabés que vas a cierto lugar porque hay algo que te va interesar. Desarrollás una observación especial para saber lo que vas a sacar de ahí: qué vas a escribir, dónde te vas a sentir cómodo. Yo, por ejemplo, sé que los lugares muy grandes me abruman.
Cada lugar configura una lengua y lo interesante es percibir en la lengua una forma de pensar. Un serrano no piensa como un porteño. Hay que ver como es el sistema de pensamiento y de sentimientos, como cambia por zonas. El trabajo mayor para poder ponerme en el lugar del otro, es vaciarme de mí mismo.
- ¿Qué hace falta para escribir?
- Creo que la escritura como dominio propio la tenemos todos, pero hacer un uso específico del lenguaje es un trabajo diferente, se puede empezar de muchas maneras, algunos movidos por experiencias, otros desde una idea; lo difícil, en todo caso, es aprender a mirar. Cada persona mira y escucha cosas distintas, el desafío está en encontrar la propia voz.
Otro tema es saber lo que le interesa al lector, porque hoy en día la gente no jerarquiza, no hay una elección profunda, por eso algunos jóvenes eligen un montón de carreras que van de biología a chef, como si todo fuera lo mismo.
No es fácil vaciarse de uno, siempre estamos con sensaciones de amor u odio por algo, con preconceptos y prejuicios, todo eso obtura la posibilidad de mirar y escuchar. El trabajo consiste en la calma, hay que estar a media rienda, ni deprimido ni exaltado.
Fuente: Télam
