Catamarca
Viernes 26 de Abril de 2024
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El mexicano Gonzalo Celorio indaga en su historia familiar

La historia familiar de Gonzalo Celorio es abordada en El metal y la escoria, una novela conmovedora que despunta con la partida del abuelo español desde un caserio en Asturias para cruzar el océano e instalarse en México, una tierra que harán suya sus hijos y sus nietos, reconstruida desde la ficción por el escritor mexicano.
"Sólo una cosa no hay, es el olvido/ Dios, que salva el metal, salva la escoria/ y cifra en Su profética memoria/las lunas que serán y las que han sido...", escribe Borges en su poema Everness, que precede a la novela, publicada por Tusquets.

"Conocí a mi abuelo paterno cincuenta y cinco años después de su muerte, la tarde que sepultamos a mi padre", apunta Celorio al referirse a ese día del funeral de su padre cuando se topó con un busto de mármol que recreaba a ese hombre de "mandíbulas enérgicas", "frente despejada" y "bigotes prominentes" que partió con sólo 16 años a hacerse la América.

Onceavo hijo de doce hermanos, Celorio tení­a sólo 14 años cuando murió su padre y sus recuerdos se entreveran con los de sus hermanos mayores, en especial los de Benito, hasta que la memoria de éste se desvanece por el Alzheimer. Pero ahí está la ficción para que Celorio le haga justicia a esa historia agazapada y a la espera de ser contada.

Gonzalo Celorio (México, 1948) estudió Lengua y Literatura española en la Universidad Nacional Autónoma de México, donde imparte cátedra de literatura iberoamericana desde 1974. Es miembro de número de la Academia Mexicana, correspondiente de la española, y su obra ha sido traducida al inglés, al francés, al italiano, al griego y al portugués.

Entre otros libros ha publicado las novelas Amor Propio, Y retiemble en sus centros la tierra (Premio Nacional de Novela) y Tres lindas cubanas; así como los ensayos El surrealismo y lo real-maravilloso americano, México, ciudad de papel, Cánones subversivos y El viaje sedentario (Premio de los Dos Océanos, que otorga el Festival de Biarritz, Francia).

En una entrevista con Télam, el escritor mexicano habla de esa historia que se despliega en otras historias paralelas, donde la ficción opera como una amalgama de las tres generaciones involucradas.

¿Cómo surgió esa intención de recuperar desde la ficción la historia familiar?
Las deficiencias de la información relativa a la historia de mi familia, que se me había ocultado durante toda mi infancia porque no era edificante y tenía visos de vicio y degradación, fueron subsanadas por la ficción literaria, que acabó por iluminar las zonas oscuras del pretérito.

El conjunto de esas memorias fragmentarias ¿de qué manera tocan la identidad del que recuerda?
Uno nunca sabe bien quién es si no sabe de dónde viene. En esta novela traté de revelar, para decirlo con palabras de Borges, "los ríos secretos e inmemoriales que convergen en mí".

Esa historia colectiva ¿fue muy difícil de reconstruir?
Es difícil reconstruir la historia de personas que nunca salieron del anonimato, que no fueron famosas, que no desempeñaron papeles relevantes en la vida; personas comunes y corrientes (quizá más corrientes que comunes) que no figuran en los anales de la historia, aunque por eso mismo, acaso sean más representativas de una época, de una sociedad, de una cultura. Pero las limitaciones documentales se vieron contrarrestadas por la imaginación, que, en el caso de la novela, también cumple una función indagatoria.

¿La novela sirve como un antídoto contra el olvido?
Creo que la escritura, desde sus orígenes, ha respondido al deseo humano de permanecer más allá de la muerte; es un deseo de supervivencia, un anhelo de inmortalidad. Sin la escritura, la vida no sería más que una sucesión de actos que la vida misma, en su transcurso, acaba por pulverizar. No en vano la escritura ha sido considerada el parteaguas que divide la prehistoria de la historia. En el caso específico de El metal y la escoria -cuyo tema es precisamente el de la pérdida de la memoria individual, acosada por la tremebunda enfermedad del Alzheimer-, la novela es, en efecto, un antídoto. Ante el miedo de perder la memoria individual, el narrador se afana por recuperar la memoria histórica, que le da sentido a su vida, con la soterrada esperanza de que la escritura, en vez de ser un vaticinio, sea un exorcismo.

Hay una especie de literatura de la memoria cultivada por los inmigrantes o los exiliados que se vieron obligados a cruzar el océano ¿Ese soltar amarras cómo repercute en las generaciones posteriores?
Creo que tanto los emigrantes como los exiliados viven con una suerte de añoranza por el paraíso perdido, que en sus descendientes suele traducirse en un sentimiento de desarraigo. De ahí la necesidad de recorrer el camino de regreso, que suele culminar en la revelación de que el presunto paraíso no era tal, lo que no significa que no ejerza una ascendencia significativa en la identidad del "desarraigado".

Esa narración que abarca tres generaciones ¿Implica una reconfiguración de la propia identidad que tenga en cuenta la herencia, pero también la sociedad y la cultura en la que hoy está inmerso?
Sí; porque la herencia no sólo es genética, también es cultural. Pero no se trata de un caso personal, que no tendría ninguna importancia para los lectores. Esta novela es, en buena medida, la biografía de un país y su cultura. México es un país mestizo, en el que hubo una cultura dominante y otra dominada, un pueblo vencedor y otro vencido, aunque en términos de configuración nacional identitaria suele privilegiarse la cultura conquistada y denostarse la cultura conquistadora. Mi novela trata de rescatar la significación de la cultura española en nuestra cultura mestiza, a través de dos presencias importantes de españoles en el México Independiente: la emigración española del siglo XIX y el exilio republicano del siglo XX.

¿La memoria puede llegar a ser un lastre? ¿En qué medida es necesario el olvido?
He aquí una paradoja. La pérdida de la memoria conduce a la nada, pero el olvido puede ser visto también como una redención, como lo entendió Onetti: "La vida no ha terminado: todavía hay esperanzas para el olvido".

Fuente: Télam

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