Catamarca
Viernes 26 de Abril de 2024
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El neoliberalismo gobierna a través de la competencia que crea

En La nueva razón del mundo, los ensayistas franceses Christian Laval y Pierre Dardot no sólo diferencian al liberalismo del neoliberalismo sino que también desarman las ilusiones de una política emancipatoria fundada desde el estado y la supuesta probidad de sus agentes.
El libro, publicado por la editorial Gedisa, tiene pocos antecedentes teóricos: si hay alguno es Michel Foucault y su deconstrucción del empresario de sí, que transforma la existencia entera en un dispositivo mercantil, reflexiones que continúa el coreano-alemán Byung Chul Han.

Este diálogo fue cedido gentilmente a esta agencia por Amador Fernández Savater.

T : La nueva razón del mundo se presenta, en primer lugar, como una obra de clarificación política. La comprensión del neoliberalismo, dicens, tiene un alcance estratégico fundamental para el cambio social. ¿En qué sentido?
Pierre Dardot: Tienen toda la razón en insistir sobre la intención política de la obra. Hemos arrancado de la siguiente constatación, a la vez intelectual y política: creemos conocer el neoliberalismo cuando en realidad no sabemos exactamente lo que es ni de dónde viene. Resistir eficazmente, luchar contra una situación intolerable, no sólo requiere una buena organización y una estrategia eficaz, sino también, y sobre todo, una inteligencia colectiva de la situación, que puede lograrse a través de la discusión de trabajos teóricos de profundidad en y por los movimientos. Ahora bien, el análisis y la denuncia del neoliberalismo sobre los que se apoyan los movimientos sociales y las contestaciones políticas desde los años 90 nos parecen incompletos o falsos. Y es por ello que hemos emprendido esta investigación amplia sobre el neoliberalismo.

T : El primer error sería confundir el liberalismo clásico y el neoliberalismo. ¿Cuál es, a grandes rasgos, la diferencia?
Christan Laval : El liberalismo clásico se constituyó en el siglo XVIII en torno a la cuestión de los límites de la intervención gubernamental. Tres principios se postularon, hablando muy esquemáticamente, como principio de esa limitación: el mercado abandonado a su curso natural (Adam Smith), el cálculo de utilidad (Jeremy Bentham) y los derechos naturales de los individuos (John Locke). El comienzo del siglo XX vio cómo el liberalismo, en particular el dogma del laissez faire, entraba en una crisis profunda. En el caso del neoliberalismo, una cuestión diferente sustituye a la de los límites: ya no se trata de limitar, sino de extender. Extender la lógica del mercado más allá de la estricta esfera del mercado y con ese fin reformar el funcionamiento interno del estado de manera que sea la palanca principal de esa extensión. Denunciar el neoliberalismo como si fuera una renovación de la doctrina de Adam Smith es equivocarse de época y de objetivo. El neoliberalismo no es una doctrina económica falsa o arcaica, sino un conjunto de prácticas y de normas construidas política, institucional y jurídicamente.

T : ¿Qué significa que el neoliberalismo sea la nueva razón del mundo?
PD : Hablamos de razón precisamente en el sentido de una racionalidad, es decir, de una lógica que dirige las prácticas desde su propio interior y no de una simple motivación ideológica o intelectual. El neoliberalismo no gobierna principalmente a través de la ideología, sino a través de la presión ejercida sobre los individuos por las situaciones de competencia que crea. Esa razón es mundial por su escala y hace mundo en el sentido de que atraviesa todas las esferas de la existencia humana sin reducirse a la propiamente económica. No es la esfera económica la que tiende a absorber las demás esferas, sino la lógica de mercado la que se extiende a todas las otras esferas de la vida social sin destruir sin embargo las diferencias entre ellas.

T : Una de las ideas más potentes del libro es la caracterización del neoliberalismo como forma de vida y no como algo puramente exterior a los sujetos. ¿Qué significa que el neoliberalismo sea una forma de vida? ¿Y qué forma de vida en concreto?
PD : Para nosotros, el neoliberalismo es mucho más que un tipo de capitalismo. Es una forma de sociedad e, incluso, una forma de existencia. Lo que pone en juego es nuestra manera de vivir, las relaciones con los otros y la manera en que nos representamos a nosotros mismos. No sólo tenemos que vérnoslas con una doctrina ideológica y con una política económica, sino también con un verdadero proyecto de sociedad (en construcción) y una cierta fabricación del ser humano. La economía es el método, el objetivo es cambiar el alma, decía Margaret Thatcher.

CL : En el neoliberalismo, la competencia y el modelo empresarial se convierten en un modo general de gobierno de las conductas e incluso también en una especie de forma de vida, de forma de gobierno de sí. No sólo son los salarios de los diferentes países los que entran en lucha económica, sino que todos los individuos establecen relaciones naturales de competición entre ellos. Este proceso se produce muy concretamente a través de mecanismos muy variados, como por ejemplo la destrucción de las protecciones sociales, el debilitamiento del derecho al trabajo, el desarrollo deliberado de la precariedad masiva o el endeudamiento generalizado de los estudiantes y las familias. Se trata de hundir al máximo de gente posible en un universo de competición y decirles: ¡que gane el mejor!

T : Pero, ¿qué novedad introduciría el individuo competitivo neoliberal con respecto al homo economicus del liberalismo clásico?
PD : Ciertamente, se puede ver en el neoliberalismo una extensión de la figura del homo economicus. Pero la concepción clásica del homo economicus en el siglo XVIII se basaba aún en virtudes personales reconvertidas por el utilitarismo en facultades de cálculo, prudencia y ponderación: equilibrio en los intercambios, balanza de los placeres y los esfuerzos, búsqueda de la felicidad sin excesos. Ya no estamos ahí. Ahora cada cual está llamado en adelante a concebirse y conducirse como una empresa, una empresa de sí mismo como decía Foucault. Ser empresa de s" significa vivir por completo en el riesgo, compartir un estilo de existencia económica hasta ahora reservado exclusivamente a los empresarios. Se trata de una conminación constante a ir más allá de uno mismo, lo que supone asumir en la propia vida un desequilibrio permanente, no descansar o pararse jamás, superarse siempre y encontrar el disfrute en esa misma superación de toda situación dada. Es como si la lógica de acumulación indefinida del capital se hubiese convertido en una modalidad subjetiva. Ese es el infierno social e íntimo al que el neoliberalismo nos conduce.

T : ¿Qué ha supuesto la crisis para el neoliberalismo? ¿Ha hecho mella en su legitimidad?
CL : Lejos de entrañar un debilitamiento de las políticas neoliberales, como creyeron muchos como Stiglitz en 2008, la crisis ha conducido a su reforzamiento bajo la forma de planes de austeridad destructores. Lo que muestra el desarrollo de esta crisis es la potencia del marco institucional que han instalado las políticas neoliberales, un marco que se impone a los actores actuales exactamente como lo desearon los grandes promotores de la racionalidad neoliberal desde los años 30. Al no poder ni querer romper ese marco, los actores políticos se ven arrastrados en una fuga hacia adelante para adaptarse más y más a los efectos de su propia política anterior. ¿Cómo explicar de otra manera por ejemplo la carrera suicida para saber quién será el campeón de la austeridad?

T : No se sale de una racionalidad o de un dispositivo mediante un simple cambio de política, al igual que no se inventa otra forma de gobernar a los hombres cambiando de gobierno. ¿Qué significa eso?
CL : Hacemos una diferencia entre gobierno como institución y gobierno como actividad. El gobierno como institución nos reenvía inmediatamente al estado y sus dirigentes, mientras que el gobierno como actividad designa la manera en que las personas, sean o no gobernantes, es decir miembros de un gobierno, conducen a otras personas esforzándose en orientar y estimular sus conductas. En este segundo caso, el gobierno es la forma en que unas personas conducen la conducta (por retomar la expresión de Foucault) de otras. Un simple cambio de equipo gubernamental, como efecto de una alternancia electoral entre partidos, no basta ni mucho menos para cambiar el modo de gobierno de los seres humanos. El ejemplo de la alternancia en Francia lo muestra muy claramente: la política de Hollande prolonga en perfecta continuidad la que desarrolló antes Sarkozy, no hay en este sentido la menor ruptura, sino la prosecución del modo de gobierno neoliberal bajo otras envolturas retóricas.

T : ¿Imaginan posibilidades emancipadoras a la instancia del poder político? ¿Cómo valoran las políticas anti-neoliberales de los gobiernos progresistas en América Latina?
CL : Lo esencial para nosotros es comprender que ningún gobierno, por muy progresista que sea, puede emancipar al pueblo. No puede más que ayudarle a su propia emancipación, lo cual ya es mucho. Para ello debe favorecer a todos los niveles (del local al nacional) la participación de los ciudadanos en la actividad del gobierno mismo. El único gobierno cuya actividad es un punto de apoyo para la emancipación es el que ayuda prácticamente a la constitución del autogobierno. Lo que importa son las prácticas de gobierno de los gobernantes: ¿van en el sentido de una desestatización o contribuyen por el contrario a reforzar el poder del estado a costa del autogobierno?
PD : La experiencia de América Latina debe incitarnos a hacer la diferencia entre Chiapas, que constituye una auténtica experiencia de emancipación, y los gobiernos llamados progresistas, que no han roto verdaderamente con la lógica neoliberal aunque hayan recurrido en algunos casos a la nacionalización de sectores de la economía. El populismo que dice gobernar en nombre de las masas no es una alternativa a la racionalidad neoliberal, sino que por el contrario no hace sino reforzarla. Hay que comprender que el estado no es un simple instrumento neutro, sino que impone a menudo su propia lógica a todos aquellos que pretenden servirse de él por el bien del pueblo.

T : La única vía práctica consiste en promover desde ahora formas de subjetivación alternativas al modo de empresa de sí, dicen. Estas formas de subjetivación se encarnan en contra-conductas: ¿qué son?
PD : Nuestro último libro Commun, está dedicado a analizar las prácticas de resistencia activa a la lógica normativa del neoliberalismo: formas cooperativas y colaborativas de producción, consumo, educación o hábitat que surgen en ámbitos diversos (agricultura, arte o nuevas tecnologías), nuevas prácticas democráticas que emergen de la lucha misma, comunidades activas en formación (muchas veces a través de Internet). El compromiso voluntario en una práctica colectiva democrática es el único medio para los individuos de vivir al abrigo de las enormes presiones mercantiles, de las presiones competitivas y de las obsesiones del siempre más. Es también la manera de convertirse en auténticos sujetos democráticos.

CL : Estos movimientos han permitido, según nuestra reflexión, superar el plano resistencia" que era todavía mayormente el de Foucault cuando hablaba de contra-conductas. Lo que hoy se reafirma de manera muy fuerte es que la forma de la actividad alternativa, ya sea económica, cultural o política, es inseparable del objetivo global que se persigue, a saber, la transformación de la sociedad. Esa lógica general, esa racionalidad alternativa, no es sólo crítica o de oposición, sino sobre todo creadora porque plantea, en la práctica y en cada ocasión de modo específico, la cuestión de las instituciones democráticas que hay que construir para conducir juntos una actividad cualquiera. A esa lógica la llamamos razón del común.

Fuente: Télam

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