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SANTIAGO DEL ESTERO

El trabajo de los ripieros no se detiene ni con 5 grados bajo cero

Piel y sueños curtidos. Más de 200 obreros de La Banda y Santiago se ganan la vida en el Dulce. Cuatro generaciones perpetúan el legado familiar. Muerte y secuelas del oficio.
(DIARIOC, 26/07/2009) Fiel desatino o ironía laboral, a diario una camada de ripieros desafía a la pobreza y al frío que cala los huesos, extrayendo cientos de tachos repletos de ripio, a cambio de una paga de $ 35 diarios.
Conforman el duro antagonismo social, sí opuesto a cada santiagueño que en este mismo instante armoniza con una estufa o un calentador. Lo desee, o no, el ripiero debe ingresar a las aguas heladas y permanecer hasta seis horas.
“Río del diario sustento de mis hermanos ripieros que van cavando tu lecho, en busca de su pan nuestro”. Con oportunismo y precisión, la zamba de Pedro Navarrete retrata la esencia de apedrearle a la adversidad. En muchos, es el único pasaporte para alimentar a más de dos centenares de familias, en las dos ciudades religiosamente regadas por el río.
“En verano nos mata de calor y en invierno debilita nuestros huesos”, revela Marcelo Gómez. Pertenece a la nueva generación de una familia ripiera de calle Alsina, en el barrio capitalino La Católica. Del lado bandeño, el Salta Prolongación tiene de vecinos a sus primos, los Noriega, un “ejército” de 30 personas dedicadas íntegramente al ripio.
“Tengo 33 años. Hace más de 12 que soy ripiero. Trabajo mediodía por la tarde. Nos pagan $ 35 el metro, pero con el frío llegan a $ 40. Es un trabajo muy sacrificado porque debemos sacar 40 tachos de 50 kilos cada uno para juntar un metro”.
Paradoja quizás de la naturaleza mezquina. “En verano las crecidas nos dejan sin trabajo y en unos pocos días podemos sacar ripio hasta de noche. Ya en invierno, con poca agua hay ripio disponible, pero nos congelamos pies y manos”, relata a EL LIBERAL.
Carlos Farías es vecino y colega ripiero. “Tengo 26 años y hace diez que vivo de esto. Por mis tres hijos no hay mucho qué pensar. No tengo otro trabajo”. Su casa se levanta a escasos 70 metros del Dulce, pero en el lado de La Católica. “Ahora hace mucho frío, pero está lindo para trabajar. Para tener un metro cavamos con una zaranda de cinco dientes hasta seis horas”, subraya.
“Levantar estos tachos no es nada fácil. Es muy duro. De día no se nota el esfuerzo, pero de noche hay que aguantarse los calambres y dolores de pierna. Tarde o temprano, el agua helada te jode los huesos”, enfatiza.

Fuente/ elliberal.com.ar
Por Gustavo Gallardo - [email protected]

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