Catamarca
Sabado 04 de Mayo de 2024
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Habla Clara

De un tiempo a esta parte, la importancia y vitalidad que cobró la política incorporó, como consecuencia lógica pero, acaso, también inesperada, una nueva preocupación y mirada más atenta acerca del lenguaje.
Así como hubo un claro vuelco del "que se vayan todos" a la militancia e intensa participación política por parte de los jóvenes (y un esbozo de articulación de un discurso opositor) también sucedió, en ese sentido, un hecho inédito: se abrió un cajón recóndito en la mesa de disección del lenguaje, algo que parecía apolillado empezó a tomar vida.

No sólo por el valor que empezaron a cobrar algunas frases emblemáticas ("no voy a dejar mis convicciones en la puerta de la Casa Rosada") sino también por la intensificación de reflexiones casi semióticas incorporadas al mundo cotidiano. Basta pensar el uso de la palabra "relato", con toda su implicancia simbólica, que nació en el seno del oficialismo y ahora intenta ser captado por los medios hegemónicos de comunicación como una forma de bastardear el modelo. De la misma forma, las tan en boga expresiones del tipo 20N, 7D resultan moneda corriente y, esa recurrencia da cuenta, como nunca antes, de que en el lenguaje se libra una batalla esencial dentro de lo que significa el debate político.

"Habla Clara (...) da cuenta en clave irónica de la naturaleza para nada transparente (opaca, más bien) del lenguaje, y los laberínticos y dispersos circuitos de la comunicación." La socióloga y ensayista María Pía López, quien a su vez se desempeña como directora del Museo del libro y de la lengua de la Biblioteca Nacional, encontró en su formación, en su bagaje y en su lugar simbólico en el campo intelectual una postura inmejorable para tratar ese fenómeno. Lo hizo en Habla Clara, un libro que, ya desde el título (que hace referencia, en uno de los sentidos, a uno de sus personajes) da cuenta en clave irónica de la naturaleza para nada transparente (opaca, más bien) del lenguaje, y los laberínticos y dispersos circuitos de la comunicación. A partir de un discurso coral, con límites algo difusos como sucede en todo coro, se entremezclan distintas voces que, más allá de sus diferencias, intentar dar cuenta de un crimen: el asesinato de un hombre recto, presuntamente profesor jubilado, en una pensión dela Ciudad de La Plata, ciudad clave, dicho sea de paso, para la juventud setentista. La víctima, la supuesta víctima, se llama Hilario, otra ironía con respecto a la ilación del lenguaje y el discurso, y el texto pensado como tejido.

Distintas voces como la de la nieta de la víctima, la de la dueña de la pensión y hasta la de la dactilógrafa que funciona como una especie de cárcel ya que permanentemente intenta escapar de su mero rol de transcriptora, (y todo lo que dice aparece limitado entre paréntesis) parecen ir cerrando todas las pistas posibles para esclarecer el crimen, como si se tratara de un gran chisme de imposible resolución. Jergas populares, discursos cultos, e incluso el fraseo snob de quien pretende tener un registro ajeno (es brillante e hilarante la cantidad de involuntarios neologismos formados por error, como "riptus" por "rictus", "placenvos" por "placebos" y "galantismo" por "galantismo") se anudan en esta novela que pone en una coctelera mitos populares como el del gauchito gil, emblemas religiosos como la Virgen Desatanudos y hasta el cuento popular de Caperucita Roja.

"...se anudan en esta novela que pone en una coctelera mitos populares como el del gauchito gil, emblemas religiosos como la Virgen Desatanudos y hasta el cuento popular de Caperucita Roja."
Lo interesante es que esta novela dobla la apuesta de aquella máxima de Nietzsche, según la cual no hay hechos sino interpretaciones, a tal punto de proponer, quizás, que esas interpretaciones superpuestas terminan difiriendo para siempre, hasta un punto sin retorno, la remota posibilidad de saber qué ocurrió exactamente: así la víctima del asesinato pasa, en el transcurso de la novela, a convertirse en un presunto victimario, secuestrador de la nena que, se suponía, era su nieta.

Por algunas manifiestas predilecciones de la autora, se adscribió casi a esta novela en la tradición experimental de escritores como Libertella y Lamborghini. Y puede ser, pero aun con sus innovaciones hay algo clásico en este libro de ruptura que puede vincularse a fuentes literarias tan diversas como el Onetti de Los adioses y algunos trabajos del alemán Andreas Maier. También parece haber cierta actualización de una escuela francesa, hoy bastante despreciada en nuestro país como el Nouveau roman que, no obstante, influyó de manera notable en nuestra literatura: la exploración de los flujos de conciencia, la obsesiva mirada microscópica en ciertos objetos son algunas de esas marcas claras, como sucede, por ejemplo, en la siguiente cita: "Podés contar baldosas. O hacerlas contar a ellas sus historias. Cuando la pisaron, qué zapatos les caen bien, si sufren. Si les gusta el verano o el invierno, la noche o el día. Todas distintas. Como las personas."

Por supuesto, la diversidad de influencias literarias, o al menos la mera posibilidad de señalarlas, es parte fundamental de la propuesta de este libro: una novela que, si bien da cuenta de la cara más indomable del lenguaje, ofrece al mismo tiempo un clima fértil y cálido para debatirlo.

Fuente: Télam

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