"Michel Houellebecq regresa con poesías luminosas y sombrías: houellebecquianas".
Cuando un hombre ha escrito novelas que dejan su marca, se ha transformado en lo que bien se puede llamar una estrella internacional, y si además ha recibido el sacro premio Goncourt antes de que éste se convirtiera en un chiste de mal gusto, todo esto es una señal: este hombre no puede ser malo (o mediocre).
La nueva recopilación de poemas de Michel Houellebecq, Configuration du dernier rivage, aparecerá en Flammarion el 19 de abril.
Lo que nos llega de Houellebecq es que todo el tiempo es él mismo, alguien que perpetúa su universo, ¡invariablemente... houellebecquiano!
Si algunos juzgaron el estilo de Ampliación del campo de batalla como "plano" y no escrito, decretando que la novela pecaba de ausencia de estilo, sus frases han estado atraesadas siempre por verdadera poesía.
Pero la de Houellebecq es una poesía "fría", ni lírica ni "oulipiana", dos pilares de la poesía francesa.
En una centena de páginas, el escritor vuelve a visitar sus obsesiones (el mundo que cambia, el patetismo de cada uno, un cierto romanticismo negro contra la idiotez pop).
Poemas nunca fuera ni por debajo de lo contemporáneo, pero que juegan constantemente con eso. Y frases que se articulan de manera inesperada y pegan, quedan.
La vida gira en torno de una epifanía perdida y de la imposibilidad de hacer el duelo: Y el amor, donde todo es fácil/ donde todo es dado en el instante/existe, en el medio del tiempo/ la posibilidad de una isla.
Salvo que el tiempo no es infinito, y las chances de renovar esa gracia son pocas.
Todo dicho con un fatalismo que algunos juzgarán desesperado, aunque es simplemente la marca de una ultralucidez que es la de uno de los más grandes escritores de nuestro tiempo.
Traducción: Lucia Tchechenistky
Fuente: Télam