Catamarca
Viernes 26 de Abril de 2024
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"La escuela debe ser un espacio contracultural"

El ex ministro de Educación Juan Carlos Tedesco está al frente de un ensayo coral que bajo el título La educación argentina hoy traza un preciso diagnóstico sobre los principales deficits educativos -desde el éxodo de la escuela pública hasta las omisiones en los institutos de formación docente- y delinea propuestas para instalar al sistema educativo en del centro de la agenda pública, ya que según sostiene el ensayista "la escuela tiene que ser un espacio contracultural".
Bajo el sugerente subtítulo "La urgencia del largo plazo" la obra publicada por Siglo XXI Editores en co-financiación con la Fundación Osde, disecciona cuestiones centrales en torno a la educación: el impacto de la inversión en salarios, infraestructura o equipamiento, la crisis del nivel medio, las desigualdades regionales y territoriales, la eficacia del paro como única estrategia de lucha y la tensión entre inclusión y educación de calidad.

Junto a un equipo interdisciplinario integrado por Inés Dussel, Alejandro Grimson, Silvina Gvirtz, Axel Rivas o Carlos Ruta, entre otros, el ex ministro de Educación entre 2007 y 2009, doctor Honoris Causa en las universidades de Girona y San Martín, desactiva también las visiones nostálgicas que proclaman el retorno a los viejos ideales sarmientinos, como si la enseñanza fuera una instancia cristalizada que resiste impasible frente a las mutaciones sociales del último siglo.

Télam: ¿Cuánto habla de la sociedad argentina el hecho de que la educación tiene visibilidad en los medios y la agenda pública a partir de sus déficits: huelgas, índices desfavorables en las pruebas internacionales, violencia escolar...?
Juan Carlos Tedesco: Ese es un tema que interpela a los medios, que tienden a privilegiar el déficit, la carencia, y no la solución. Es cierto que esa tendencia se apoya en algunos fenómenos genuinos que ocurren en una sociedad como la nuestra, con cambios profundos de tipo cultural, económico y social, que no caracterizan a la Argentina sino a todo el mundo, donde impera hoy un tipo de capitalismo diferente al que conocimos, con altas dosis de exclusión que generan violencia y pautas que afectan a todas las instituciones.

Lo fundamental es entender que cuestiones concernientes a la educación, como la deserción o la violencia escolar, son síntomas de fenómenos mucho más profundos. Eso es central para discutir políticas sociales para combatir el síntoma y no las causas.

La deserción es el último eslabón de un proceso que comienza con bajos resultados y prosigue con ausentismo y repetición. Si uno toma sólo el abandono como síntoma y no las causas, entonces deja de actuar sobre la compleja secuencia que termina en la deserción.

T: Frente al fantasma de la crisis, reaparece una mitología nostálgica que le asigna a la educación un pasado superlativo plagado de logros ¿La fantasía de reinstaurar viejos modelos pasa por alto que las sociedades no son un entramado inmutable ante nuevos escenarios y configuraciones?
J.C.T: Sí, tenemos nostalgia por una educación que en algunos aspectos resulta discutible. La letra del tango "Cambalache", donde entre otros aspectos se cita "lo mismo vale un burro que un gran profesor" fue escrita en 1934. Eso marca que los logros nunca fueron tan contundentes como se cree. De hecho, ese mentado sistema educativo de tan buena calidad incorporaba solamente al 30 por ciento de la población.

El punto es ver qué pasó cuando se masificó y se hizo nacional el sistema educativo. Tenemos una herencia que en algunos puntos tiene que ser rescatada, por ejemplo en lo que hace al rol del estado como generador de una escuela pública de gran calidad, todo en el contexto del siglo XXI. Lo mismo pasa con la autoridad de los maestros y los adultos: en la sociedad de antaño eran autoridades indiscutibles, mientras que hoy esa autoridad está erosionada y hay que ganarla.

La aparición de las tecnologías de información ha provocado un impacto muy fuerte frente a los procesos de transmisión de información y de conocimiento. La escuela tiene que asumir ese desafío, aunque desde la formación docente no hemos generado niveles de profesionalización más complejos. El acceso a la tecnología se ha masificado pero eso no quiere decir que se modernicen los procesos tecnológicos.

T: ¿Cómo se dirime hoy la puja ideológica entre la utopía de la inclusión y la de la calidad?
J.C.T: Ese es el núcleo del debate político pendiente. Tenemos que superar esa antinomia. Los que hablan de inclusión no quieren hablar de calidad y los que pretenden calidad creen que se obtiene dejando afuera a los que no llegan a los resultados fijados por los estándares. Hay que poner el desafío de la calidad sin renunciar a la inclusión. Y además no hay que descuidar las otras alfabetizaciones que son tan importantes como la lectura y la escritura: la alfabetización digital y la científica.

Hay que romper el determinismo social de los resultados de aprendizaje. A veces los cambios no tienen correlato en la práctica escolar: si uno cambia el plan de estudios pero todo lo demás sigue intacto no sirve para nada. Esto se vincula con la necesidad de mantener algunos prácticas que algunos combaten, entre ellas el valor pedagógico de la memorización o repetición. Hoy todo el mundo se escandaliza si le dicen que tiene que estudiar algo de memoria. Paradójicamente, para ser creativo es necesario antes incorporar la repetición y automatización de movimientos.

T: Una de las conclusiones del libro es que si bien aumentaron los recursos financieros para democratizar el acceso a una educación de calidad, hay otros factores que dificultan ese propósito ¿Qué factores complejizan el escenario?
J.C.T: La escuela y los actores del proceso pedagógico deben asumir su rol dentro del proceso de construcción de la justicia social. Esto implica entender que si un alumno no aprende, repite y luego deserta, lo estamos condenando a la marginalidad social. Eso no nos puede ser indiferentes. Hay que salir de esa apatía que a veces caracteriza el desempeño de los docentes- y hasta los lleva a la discriminación.

Seamos honestos: hay maestros que tienen la idea de que los pobres no pueden aprender. Y si el otro tiene esa idea, efectivamente no aprende. La expectativa de los docentes sobre la calidad de aprendizaje es fundamental. En algún sentido, la escuela tiene que ser un espacio contracultural que no reproduzca exactamente lo que pasa en el interior de la familia o afuera en la calle: los valores de adhesión a la justicia, a la solidaridad y respeto al diferente no circulan con fluidez en la cultura dominante.

La escuela es un espacio artificial que permite programar experiencias para que ese tipo de intercambio suceda. Hoy en día, todos van a la escuela pero la distribución espacial de la población hace que no sean lugares de encuentro con el diferente sino entre iguales. La escuela pública de mediados del siglo XX posibilitaba esa experiencia porque albergaba a todos, desde el obrero al hijo del profesional. Hoy esa heterogeneidad está disminuyendo y se está como homogeneizando la ciudad.


Fuente: Télam

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