Catamarca
Viernes 26 de Abril de 2024
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La ética de la empresa no puede basarse en el neoliberalismo

En Ensayos ethonómicos, el ensayista y especialista en cuestiones de ética, Ricardo Maliandi, despliega una serie de argumentos sobre su objeto de reflexión y asegura que la llamada ética de la empresa puede pero no debe fundar sus protocolos teóricos en la ideología neoliberal, a riesgo de establecer un desviacionismo doctrinario.
El libro, publicado por la editorial marplatense La Bola en su colección de ensayos filosóficos, es otro mojón en la carrera de este hombre, que supo estudiar en Alemania, y que se reconoce discípulo de Nicolai Hartmann y de Karl- Otto Apel.

Maliandi es docente en la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMDP) y autor de los volúmenes de su Etica convergente y de Valores blasfemos, crónica de su encuentro con el filósofo alemán Martin Heidegger.
Esta es la conversación que sostuvo con Télam.

T : Finalmente, la ética ¿está de moda o ya no existe?
M : Que esté o no de moda depende de diversas instancias: por ejemplo, qué se entiende por ética y qué se entiende por moda. En todo caso, la ética (que es necesario distinguir de la moral, y esto en varios sentidos, pero aquí las tomaré provisionalmente como sinónimos) subsiste más allá de las modas, porque es uno de los elementos constitutivos de la cultura en general y de cada cultura en particular. No hay ninguna cultura que carezca de códigos normativos y de valores preferidos, aunque unos y otros se encuentren más o menos explícitos. Y donde hay normas y valores (al margen de que se cumpla o no con lo que ellos exigen) también hay ética, es decir, hay ethos, o sea, hay costumbres y actitudes a las que se refieren las normas y los valores. Hay conductas que se aprueban y conductas que se desaprueban, por más que a menudo lo aprobado por una cultura sea desaprobado por otra, o viceversa. Esas variaciones en tiempo y espacio suelen dar pie a las interpretaciones relativistas, que son sin duda las más fáciles y más espontáneas, pero que, a mi juicio, son erróneas. Demostrar por qué lo son demandaría más espacio que el aquí disponible. Remito para ello al tomo II de mi Ética convergente, donde he expuesto en detalle los argumentos correspondientes. Creo entender, sin embargo, que su pregunta acerca de si la ética ya no existe se refiere a si la mayoría de la gente de nuestro tiempo obra de modo inmoral, o carece de principios, o cosa semejante. Pero, justamente, hablaríamos de una mayoría, no del total de la gente. En tal sentido hay aquí dos consideraciones que hacer: en primer lugar, la de que el deber ser nunca ha coincidido completamente con el ser. Jamás ocurre todo lo que debería ocurrir, ni debería ocurrir todo lo que de hecho ocurre. Ese desajuste no es una característica original de nuestro tiempo. Es de siempre, y en tal sentido la ética viene a ser precisamente una forma de denunciarlo. Y en segundo lugar, para dar una respuesta precisa tendríamos que disponer de un criterio para la medición de la proporcionalidad en que tal desajuste se manifiesta.

T : La ética, la capacidad de formular juicios morales, ¿cómo cree usted se adapta a los tiempos hipermodernos, donde la ciencia aplicada parece ir a años luz de la ética, para bien o para mal?
M : Ese problema puede ser denominado el de la relación entre la eticidad de la ciencia y el de la cientificidad de la ética. Por de pronto: una cosa es la ciencia y otra el cientificismo, es decir, la creencia de que sólo la ciencia maneja auténtico conocimiento. Aunque estemos en tiempos hipermodernos (o posmodernos, como se suele predicar), la ciencia presupone necesariamente -de modo consciente o inconsciente- normas morales. Difícilmente se considerará a un Mengele, por ejemplo, como un verdadero científico. Y seguramente sigue habiendo en la actualidad Mengeles que obran en las sombras. Pero hoy se piensa que a la ciencia no le es lícito cualquier tipo de experimento, y que no cualquier método es aprobable aunque conduzca a nuevos conocimientos. Por otra parte, la ética también requiere conocimiento. No se limita a lo que nos enseñaron papá y mamá. El ethos es sumamente complejo y requiere investigación, en un sentido similar al que lo requiere la ciencia. Así como hay de hecho personas éticamente intachables que ignoran la ciencia, también hay, y en abundancia, científicos muy expertos que ignoran la ética. Esto se ha puesto de manifiesto, en los últimos tiempos, en los ámbitos donde se reconoce la necesidad de una ética aplicada, que requiere una colaboración interdisciplinaria entre ciencia y ética, como es el caso de la llamada bioética. Hay dos grandes peligros: el de los médicos cientificistas, que creen poder prescindir de la ética filosófica, y el de los filósofos irracionalistas, que creen poder prescindir de la ciencia.

T : El título de su libro se acerca al significante económicos. ¿Es posible que la ética haya quedado reducido al mundo de las finanzas o de manera más sigilosa, que la ética misma esté infiltrada por el discurso de las finanzas?
M : Sin duda la economía reviste hoy un especial interés para la reflexión ético-filosófica; pero el término ethonomía que hemos acuñado para este libro no deriva de ese interés. Hemos, simplemente, combinado los términos griegos ethos (carácter, costumbre) y nomos (ley). S i economía, etimológicamente, alude a las leyes de la casa -es decir, de la administración de los bienes- , parece lícito hablar de ethonomía para hablar de las leyes morales, de modo semejante a como astronomía se refiere a las leyes que rigen el movimiento de los astros, o agronomía al estudio de lo que se produce en el campo. De ningún modo hemos querido sugerir una subordinación de lo ético a lo económico.

T : Al respecto, la figura del empresario, ¿es posible que tenga alguna relación axiomática (valga la redundancia) con el universo de la ética?
M : Una de las ramas de la ética aplicada es lo que hoy se conoce como ética de la empresa. La importancia que ésta ha adquirido se debe especialmente a las desviaciones producidas por el neoliberalismo (especialmente el que está alimentado ideológicamente por Milton Friedman y la escuela de Chicago, y del que tuvimos un ejemplo típico en la figura de Domingo Cavallo). Digo desviaciones porque justamente se trata de una subordinación de lo ético a lo económico. Las estrategias que permiten la acumulación del capital se usan con total inconsideración de los efectos que ellas puedan tener -y de hecho tienen- sobre el bienestar e incluso la vida de la gente. Lo más alarmante es que esos ideólogos simulan la adopción de un criterio ético singular. Defienden la desregulación del mercado, la disminución de impuestos a las empresas, la reducción y ajuste de los planes sociales, etc. como si se trataran de normas éticas. Hablan de la libertad (término central de la ética) cuando en realidad sólo aluden a la libertad del mercado, ocultando el hecho de que semejante libertad coarta las demás formas de libertad y transgrede especialmente la justicia social. La ética de la empresa no puede (o mejor dicho, puede, pero no debe) basarse en la ideología neoliberal, sino precisamente en la posibilidad de que las acciones empresariales eviten e incluso impugnen semejante ideología. Así ha surgido, por ejemplo, lo que se conoce como responsabilidad social empresaria (RSE). Pero también ésta es objeto de múltiples debates, porque puede convertirse en una máscara de lo mismo que pretende combatir.

T : Finalmente, la felicidad, supuestamente un afecto contagioso en el buen sentido, ¿resulta en el mundo de hoy un objeto de reflexión de la ética, si es que como tal puede tener un alcance universal?
M : La felicidad ha sido desde siempre un tema de la ética. Es lo que, desde los griegos, se conoce como eudemonía. Y las concepciones que consideran la felicidad como la meta de todo lo moral se llama eudemonismo. Pero de nuevo hay que tener aquí en cuenta la ya mencionada complejidad del ethos. Ante todo, porque hay muchas formas de concebir la felicidad (si se la piensa, por ejemplo, como maximización del placer y minimización del dolor, el eudemonismo deviene hedonismo); pero también porque puede entenderse (como en el caso de Kant) que aunque la felicidad sea algo bueno y deseable, no es lo mismo que lo moral. Es distinto ser feliz, que ser digno de ser feliz, concepto que sin duda tiene significación ética. El utilitarismo, corriente filosófica que se desarrolló en el siglo XIX, se presentó como un hedonismo social: la felicidad seguía refiriéndose al placer, pero ya no sólo para el agente, sino para la mayor cantidad de gente (o incluso de seres vivientes) posible. En la actualidad sigue habiendo concepciones derivadas del utilitarismo y de la filosofía de Kant, pero han experimentado muchas modificaciones. En todo caso, la felicidad siempre es un tema de la ética.



Fuente: Télam

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