Catamarca
Viernes 26 de Abril de 2024
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La ficción como una instancia crucial para la especie humana

En Leer la mente, el escritor mexicano Jorge Volpi instala a la literatura como un artilugio que permite a las sociedades ensayar respuestas anticipadas frente a la realidad y completar los vacíos de la memoria en un proceso que confirma la constante retroalimentación entre ficción y verdad.
En este pequeño ensayo recién editado por Alfaguara, el autor de En busca de Klingsor retoma -acaso fortuitamente- una formulación de Jorge Luis Borges que plantea la relación complementaria entre ficción y verdad, bajo el argumento de que la ficción no es lo opuesto de la verdad ya que cuando uno opta por ella no lo hace con el propósito de tergiversarla sino todo lo contrario.

"No sólo percibimos nuestro entorno, sino que lo recreamos, lo manipulamos y lo reordenamos en el oscuro interior de nuestros cerebros -no sólo somo testigos sino artífices de la realidad-. Reconocer el mundo e inventarlo son mecanismos paralelos que apenas se distinguen entre sí", sostiene Volpi.

El escritor desecha la antigua idea de la ficción como un pasatiempo restringido al goce estético, a la que contrapone la convicción de que los cuentos y las novelas son cruciales para la evolución de la especie humana, dado que permiten ensayar a partir de las emociones de los personajes eventuales comportamientos que surgirán en la realidad.

"No sólo nos ayuda a predecir nuestras reacciones en situaciones hipotéticas, sino que nos obliga a representarlas en nuestra mente -a repetirlas y reconstruirlas- y, a partir de allí­, a entrever qué sentirí­amos si las experimentáramos de verdad. Una vez hecho esto, no tardamos en reconocernos en los demás, porque en alguna medida en ese momento ya somos los demás", afirma.

El sentido estético de una obra funciona en todo caso como un "anzuelo evolutivo", un cebo para acercar al lector hacia conjuntos de ideas que propician una mejor comprensión del mundo, de los otros y de uno mismo.

Bajo el subtítulo "El cerebro y el arte de la ficción", Volpi desgrana su reflexión sobre el rol de la literatura a través de cinco capítulos que invocan a autores como Gustave Flaubert, Douglas Hofstadter o James Joyce para potenciar la hipótesis de que el cerebro "codifica, procesa y a la postre reinventa el mundo tal como un escritor concibe una novela o un lector la descifra".

"Aun si en la mayor parte de los casos somos capaces de diferenciar lo cierto de lo inventado, su sustancia se mantiene idéntica. A causa de ello, la ficción resulta capital para nuestra especie. La literatura no sirve para entretenernos ni para embelesarnos. La literatura nos hace humanos", argumenta.

Volpi sostiene que la ficción ayuda a moldear una cosmovisión, a la vez que permite concebir las ideas que tenemos sobre nosotros mismos y sobre los otros, convencido de que un sujeto se inventa a sí mismo y a los otros porque en definitiva "mal que nos pese, todos somos ficciones".

El autor de Memorial del engaño refuta el ideal romántico que le atribuye a la ficción una aparición tardía en el desarrollo de la especie ("prefiero pensar que la ficción ha existido desde el mismo instante en que pisó la Tierra el homo sapiens") y refuerza su afirmación con la suposición de que los mecanismos cerebrales que permiten identificar la realidad son "básicamente idénticos" a los que se emplean para crear o apreciar una ficción.

La utilización de la segunda persona del singular le permite a Volpi redoblar la implicación del lector -lo inquiere, lo acicatea con vehemencia-, involucrarlo en la aseveración de que la ficción
es constitutiva de la especie, aunque toma distancia de esa formulación literaria y cinematográfica tan recurrente de que todo
-absolutamente todo- es una invención que sólo tiene lugar en el cerebro.

El cine, la literatura, el teatro, la ópera, la televisión y hasta los videojuegos son simulacros verosímiles -y necesarios- de la realidad que en cierta forma vuelven rehenes a quienes consumen estos soportes, pero no bajo un sesgo atormentado sino placentero que despierta las mismas pasiones que lo real, según el escritor porque justamente pertenecen al dominio de lo real.

¿Qué es entonces la ficción sino una suma de verdades parciales, de escenarios alternativos, de existencias paralelas? Para Volpi, la ficción no sólo ayuda a predecir comportamientos en situaciones hipotéticas sino que además obliga a representarlas en la mente, lo que genera una inmediata empatía, una identificación con el otro.

"Vivir otras vidas no es sólo un juego sino una conducta provista con sólidas ganancias evolutivas, capaz de transportar, de una mente a otra, ideas que acentúan la interacción social. La empatía. La solidaridad", analiza el narrador.

Dentro de su consideración de los consumos culturales, Volpi posiciona a las novelas y lo cuentos por sobre el resto de los géneros, ya que sólo una narración en prosa despierta "esa sensación de penetrar en las conciencias ajenas de manera directa y espontánea-inmediata".

Volpi destaca el componente no icónico de la literatura -que en una secuencia lleva primero a identificarse con un personaje y recién después a representarlo visualmente- y asegura que cuanto más contagiosas sean las ideas que hace circular una prosa, "sus
secuelas quedarán más tiempo incrustadas en nuestra mente, como las secuelas de una enfermedad viral o de una fiebre terciana".

"Una vez que las percepciones arriban al cerebro, este órgano húmedo y tenebroso codifica, procesa y a la vez reinventa el mundo tal como un escritor concibe una novela o un escritor o un lector la descifra. Aun si en la mayor parte de los casos somos capaces de diferenciar lo cierto de lo inventado, su sustancia se mantiene idéntica. A causa de ello, la ficción resulta capital para nuestra especie. La literatura no sirve para entretenernos ni para embelesarnos. La literatura nos hace humanos", dice Volpi.

Fuente: Télam

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