Sin dudas, Aurora no tiene desperdicio: con su leche, se hace el único dulce nacional; le sobra cuero, para hacer alfombras y confeccionar los zapatos y las carteras que ya no importamos más del Brasil; y con sus huesos, luego de comernos el caracú, producimos alimento balanceado para aves y también jabones, con los que de paso nos bañamos.
La cosa no acaba ahí: con su grasa cocinamos tortas fritas los días de lluvia para matizar la mateada; con su sangre hacemos morcillas; y con su carne...
Bueno, hasta no hace tanto, con su carne hacíamos asado a la parrilla en la terraza de casa para envidia del mundo; pero ahora, el mundo se lleva la cuota Hilton y nos hace pito catalán mientras revolvemos el guiso de mondongo, al que nominamos "callos a la madrileña" para disimular la humillación. ( Télam)