Una suerte pequeña, su última novela, no sólo es un texto de una escritura envolvente, sino también una indagación sobre la responsabilidad y las consecuencias de ciertos actos que pueden parecer inocentes a simple vista. No vamos a contar la historia, porque nunca un comentario crítico debería avanzar en ese sentido. Sin embargo en este caso es imposible no dar algunas pistas para poder seguir avanzando. María maneja su auto y atraviesa un paso nivel de manera imprudente. En el asiento trasero viajan su hijo Federico, de seis años, y Juan, un compañerito de escuela. El auto de detiene en la mitad de las vías. Cuando aparece el tren ella intenta salvar a los dos chicos, pero lo logra sólo con su hijo. A partir de ese momento la existencia de María se convierte en un infierno. ¿Por qué se salvó su hijo y no el amiguito? ¿Qué reacción tendrá la comunidad a la que pertenece su familia frente a la tragedia? ¿Cómo reaccionarán con Federico los compañeros de Colegio? ¿Qué actitud tomará su marido? En toda buena novela las respuestas escasean y las preguntas abundan. A medida que se avanza en la lectura aflora el dolor de manera contundente. María ya no será aquella mamá que llevaba sus hijos a la escuela. La desgracia la ha convertido en otra. Pero también le ha de deparar una suerte pequeña, o inmensa, depende de cómo se mire. Un hecho fortuito la ubica al lado de un hombre, Robert Lohan, director de un prestigioso colegio de Boston, que lentamente la ayudará a recuperarse de la tragedia y le ensañará que no es lo mismo una mujer rota que una mujer dañada.
Fuente: Télam