Catamarca
Viernes 26 de Abril de 2024
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Mar del Plata es mi Venecia

En El nervio óptico, la escritora y crítica de arte María Gainza compone una suerte de historia del arte o de guía privada del arte, usando algunos episodios de la historia del arte con otros más personales, fabulados o no, que se deja leer como una novela que no llega a bildungsroman ni a memoir, aunque quizá contenga algo de esos formatos.
El libro, publicado por la editorial Mansalva, es tan triste como divertido y recuerda también a ese diario de mujer parada en el ecuador de la vida que el editor Ernesto Montequín resalta en la contratapa.

Gainza nació en Buenos Aires en 1975, escribe en el suplemento Radar del diario Página/12 y en la revista Artforum de Nueva York. Ha sido editora en las ediciones Adriana Hidalgo y lo es en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires.

Esta es la conversación que sostuvo con Télam.

T : ¿Cómo fue que te decidiste a armar un libro que fuera una suerte de crónica personal trufada de historias del arte?
G : Cuando visitaba museos me iba con la sensación de que los textos de sala y los folletos estaban muertos. Eran textos grises que hablaban con mucha jerga y no lograban explicarle al espectador por qué ese pedazo de tela podía llegar a ser algo importante en sus vidas. Alguna vez pensé que mi trabajo ideal sería poder reescribir todos los textos de museos de Buenos Aires. Como nadie me iba a ofrecer ese puesto, mi plan B fue escribir una guía privada. Quería hablar de mis cuadros favoritos, que no necesariamente son los mejores. Así empezó el libro, como una guía caprichosa de museos. Eran ensayos más clásicos y después, como el formato ensayo es una forma literaria híper generosa, esos ensayos devinieron biografía, novela.

T : El nervio óptico. ¿Cuál es el estatuto de la ficción en sus páginas?
G : Para mí el libro está al borde de la literatura fantástica. Creo que un escritor es alguien que recuerda poco pero registra diferentes versiones de lo que no recuerda y las manipula a su antojo. La vida real no tiene forma. Desde el vamos hay una manipulación grosera, sea cual sea el material con el que se trabaja. Usé algunas anécdotas reales y otras inventadas pero las toqueteé tanto que ahora ni yo las puedo distinguir. Después está el asunto de la primera persona que es tan engañosa: hay gente que me escribe diciendo que me quiere contratar para que les haga una visita guiada y yo les tengo que aclarar que no soy la protagonista del libro: no soy esa mujer que habla sin parar y tiene una opinión sobre todo. Soy bastante menos histriónica.

T : El libro ¿está atravesado por un relente melancólico, un aire a cosas perdidas o es el efecto de conjunto que a mí me produjo esa impresión?
G : Montaigne decía que la muerte de la juventud es la muerte más dura. En ese sentido, el libro quizá tenga un dejo melancólico: la chica mira hacia atrás desde la mitad de la vida. Pero no creo que ese relente sea producto de haber perdido cosas en el camino porque para ella perder cosas es casi un alivio, la vuelve más liviana. La protagonista detesta la tristeza de niña rica. Llorar por un mundo que no volverá sería lo último en su agenda.

T : Las anécdotas extrañadas son permanentes: el encuentro con la vejez, la muerte, la enfermedad, con un cuadro, con una lámina de Rothko, etcétera. Ese registro no deja de ser leído con una cierta distancia irónica. ¿Es así, en rigor?
G : Es de blandengues parecer siempre tristes, ¿no dice eso la protagonista? Si no lo dice, pensé en escribirlo y luego lo descarté. La protagonista es una chica que ha sido criada en un mundo donde mostrar dolor está mal visto, es cursi, digamos. Y la ironía es su manera de protegerse. Para ella la ironía inmuniza contra la exaltación sentimental. Igual trata de controlarla: no le gusta la ironía feroz sino la que se mueve entre la desilusión y la esperanza.

T : Debo decir que el texto donde te reencontrás con tu hermano conmueve, angustia, sacude, y que ese tono es mi favorito: sin grandilocuencias ni efectos especiales, ¿cómo manejaste material tan sensible?
G : Salió así. No lo pensé demasiado. Se escribió un poco solo. Creo que si me ponía a cranear mucho cómo lidiar con todo eso, no lo escribía más. O lo escribía peor.

T : Finalmente, algo sobre Mar del Plata (que no sea Matías Duville o el museo de arte contemporáneo): ¿con qué ojos mirás a esta ciudad cuando venís, si es que venís?
G : Mar del Plata es mi Venecia. La visito seguido mentalmente.

Fuente: Télam

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