Catamarca
Sabado 27 de Abril de 2024
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Misa Crismal

La Misa Crismal que celebra el obispo con todos los presbíteros de la diócesis, es una de las principales manifestaciones de la plenitud sacerdotal del Obispo y como signo de la unión estrecha de los presbíteros con él.
(DIARIOC, 09/04/2009) En ella se consagra el Santo Crisma y se bendicen los óleos de los catecúmenos y de los enfermos. En Roma y muchas diócesis del mundo entero se celebra en la mañana del Jueves Santo. En Catamarca, por las distancias y teniendo en cuenta que los sacerdotes deben regresar a sus parrroquias para celebrar con sus comunidades el Triduo Pascual, la Misa Crismal se celebra el Martes Santo. Así, el martes último, luego de una jornada de retiro con todos los sacerdotes, el Obispo de Catamarca Mons. Luis Urbanc presidió la Misa Crismal. En la homilía se refirió a su reciente visita Ad Limina (se adjuntan fotos) y les hablo particularmente a los sacerdotes de la Diócesis.

Homilía

Muy querido mons. Miani y amadísimos hermanos sacerdotes. Queridos hermanos y hermanas en el Señor.

Hoy presido mi segunda Misa Crismal como obispo de Catamarca y en el marco de nuestro último año de preparación al Centenario de nuestra amada Diócesis, cuya Madre y Señora es la Virgen del Valle, y a sus pies estamos congregados. A Ella hoy le ofrecemos nuestro sacerdocio y le agradecemos por su constante e incondicional amor hacia cada uno de nosotros. A Ella confiamos de un modo especial a los hermanos sacerdotes que no está momentáneamente entre nosotros y a los que están pasando por pruebas espirituales o corporales.

Antes que nada comparto con ustedes la gracia de mi primera visita ‘ad limina apostolorum’, junto a otros 19 obispos argentinos, de la que acabo de llegar. Ha sido una experiencia de profunda fe y caridad visitar 19 de los principales dicasterios de la Sede Apostólica; concelebrar la santa Misa en las cuatro basílicas mayores: San Pablo extramuros, San Pedro, Santa María Mayor y san Juan de Letrán; rezar junto a la tumba del inolvidable Papa Juan Pablo II, a quien rogué por la fidelidad y santidad de cada uno de ustedes mis abnegados y necesarios colaboradores en la atención pastoral y santificación de todo el Pueblo de Dios; compartir la Eucaristía en la iglesia argentina donde residen 17 sacerdotes, especializándose en diversas universidades; haber sido recibido personalmente pos SS Benedicto XVI por más de 20 minutos, a quien hice llegar el saludo de todos los catamarqueños, lo que me agradeció de corazón y me encomendó retribuirlo con especial bendición. Nunca se olvidará de nosotros pues le obsequié un tapiz con su escudo papal de los que sólo en Catamarca se confeccionan con la inscripción ‘El pueblo de Catamarca a su SS Benedicto XVI’, (espero que nuestros diarios presten el servicio de publicar la foto, ya que es alegría para todos). En verdad que se conmovió por el gesto y la calidad del trabajo. Luego a todos los obispos, como es habitual, nos dirigió un mensaje teniendo en cuenta a los sacerdotes, consagrados/as, seminaristas y fieles laicos que ‘con entusiasmo y abnegación trabajan por el Reino de Dios’. Nos animó a que, en sintonía con el documento de Aparecida, ‘llevemos a cabo una extensa e incisiva acción evangelizadora, teniendo en cuenta los valores cristianos que han configurado la historia y la cultura de nuestra patria, para lograr un renacimiento espiritual y moral de nuestras comunidades y de la sociedad.

Nos ha remarcado que ‘evangelizar no es sólo trasmitir o enseñar una doctrina, sino anunciar a Cristo, el misterio de su Persona y su amor, ya que nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos por el mismo Hijo de Dios, hecho hombre y poder trasmitir su amistad’. ‘Este anuncio, nítido y explícito de Cristo, como Salvador de los hombres, se inserta en esa búsqueda apasionante de la verdad, la belleza y el bien que caracteriza al ser humano, sabiendo que la verdad no se impone, sino por la fuerza de la misma verdad’.

Nos exhortó a fundamentar la tarea evangelizadora ‘en el amor a la Palabra de Dios, en el amor a la Iglesia y en el amor al mundo’.

Subrayó que los ‘discípulos- misioneros de Jesucristo debemos alimentarnos de su Palabra y que los pastores debemos facilitar el acceso de todos los fieles a las SS.EE., ya que la Palabra de Dios no se puede comprender al margen o separada de la Iglesia’.

‘Quienes evangelizan deben ser fieles hijos de la Iglesia y amar entrañablemente a todos los seres humanos, ofreciéndoles la esperanza que llevamos en nuestra alma’.

También aseveró con fuerza que ‘la santidad es del don más precioso que podemos ofrecer a nuestras comunidades para renovar a toda la Iglesia; además, los hombres y mujeres de hoy sienten la necesidad urgente de un testimonio claro y atrayente de una vida ejemplar y coherente’.

En relación a ustedes, amados sacerdotes, encarecidamente, nos pidió que les prestemos particular atención, como Jesús a los Doce Apóstoles, pues ‘los desafíos actuales requieren sacerdotes virtuosos, llenos de espíritu de oración y sacrificio, con una sólida formación y entregados al servicio de Cristo y de la Iglesia, mediante el ejercicio de la caridad. Los sacerdotes debemos ser y aparecer ante los fieles irreprochables en nuestra conducta, siguiendo de cerca de Cristo, y contando con el apoyo, aliento, oración, comprensión y afecto de los fieles’.

Así como Jesucristo fue ungido por el Espíritu Santo y enviado a anunciar la Buena Noticia, así nosotros somos “Sacerdotes del Señor” y la gente nos tiene que reconocer como “Ministros del Señor”, es decir, somos “la estirpe que bendijo el Señor” (cf. Is 61,1-9; por eso nosotros cantamos y “cantaremos eternamente tu misericordia, Señor, porque Tú eres nuestro Padre, nuestro Dios y nuestra Roca salvadora” (cf. Sal. 88,27), ya que “Jesucristo nos amó y nos libró de nuestros pecados, haciéndonos partícipes de su Reino como sacerdotes de Dios, su Padre” (cf. Ap. 1,5-8). HOY NUEVAMENTE SE HACE REALIDAD LO QUE ACABAMOS DE OIR Y ESTAMOS CELEBRANDO. Esto, densa y sintéticamente, nos enseñan los textos proclamados de Isaías 61,1-9, el Salmo 88, Apocalipsis 1,5-8 y Lc 4,16-21.

Respecto a ustedes, queridos fieles laicos, nos ha pedido que ‘no nos cansemos de ayudarlos a ser cada vez más conscientes de su vocación, de manera que constituyan un laicado maduro; que se santifiquen en sus quehaceres temporales en plena comunión con sus pastores, para que firmes en su vocación apostólica, sean fermento evangélico en el mundo.

No puedo dejar de referirme a otras dos recientes intervenciones del Santo Padre en relación al ser y a la vida de los sacerdotes:

1.- El anuncio de un año sacerdotal desde el próximo 19 de junio hasta el 19 de junio de 2010, bajo el lema: ‘Fidelidad de Cristo, Fidelidad del sacerdote’, que culminará con un encuentro mundial de sacerdotes en la Plaza San Pedro, en Roma.

2.- Con ocasión de la fiesta de san José relacionó explícitamente ciertos aspectos del esposo de la Virgen María con el ser y la vida del sacerdote.

Respecto a lo primero... El Papa ha decidido proclamar a san Juan María Vianney, patrono de todos los sacerdotes del mundo, con ocasión del 150 aniversario de su fallecimiento. Subrayó la vigencia del ejemplo de su vida sacerdotal para nuestro tiempo que precisa de la ‘indispensable tendencia a la perfección moral que debe habitar en el corazón de todo sacerdote a fin de lograr la perfección espiritual que dará eficacia y razón de ser a su ministerio al servicio del rebaño de Cristo’.

‘La dimensión eclesial, jerárquica, doctrinal y de comunión del presbítero es absolutamente indispensable para toda auténtica misión y por sí misma garantiza su eficacia espiritual’...’La misión es eclesial porque no nos anunciamos a nosotros mismos ni llevamos la gente hacia nosotros, sino que anunciamos y llevamos a la gente a Dios mismo. Dios es la única riqueza que, en definitiva, desean encontrar los seres humanos en un sacerdote’.

‘Los sacerdotes deben estar presentes, ser identificados y reconocidos por la vitalidad de su fe, por las virtudes personales, por su modo de vestir y estilo de vida en los ambientes de la cultura y de la caridad, que están siempre en el centro de la misión de la Iglesia’.

‘La centralidad de Cristo lleva consigo la justa valoración del sacerdocio ministerial, sin el que no habría Eucaristía, Iglesia y Misión’.

En cuanto a lo segundo, afirmaba que ‘San José, si bien no es el padre biológico de Jesús, sin embargo ejerce una paternidad plena y por entero’. ‘La paternidad es, ante todo, ser servidor de la vida y del crecimiento. San José por Cristo conoció la persecución, el exilio y la pobreza que de ello deriva’. Nosotros, los sacerdotes, ‘debemos vivir esta paternidad en el ministerio cotidiano...cuidar como padres en Cristo de los fieles que hemos engendrado espiritualmente con el bautismo y la enseñanza’..

‘La Eucaristía debe ser el centro de la vida sacerdotal y el centro de la misión eclesial. Ella nos enseña que nuestra persona no está en el centro, sino que somos simples servidores y humildes instrumentos que llevan a Cristo, pues es Cristo mismo quien se ofrece en sacrificio por la salvación del mundo. La Eucaristía da fuerza y gozo cuando el ministerio exige renuncias y experimenta fracasos’.

El Papa decía: “A partir de una relación de confianza con sus obispos, unidos fraternalmente a todo el presbiterio y sostenidos por la porción del pueblo de Dios que se les ha confiado, podrán responder con fidelidad a la llamada que un día les hizo el Señor, como cuando llamó a José a velar por María y el Niño Jesús. José cuando acogió a María, acogió el misterio que estaba en ella y que ella misma era. La amó con el gran respeto que es sello del amor auténtico. San José nos enseña que se puede amar sin ser posesivos. Inspirándose en san José, todos pueden ver curadas sus heridas afectivas con la condición de entrar en el proyecto que Dios empieza a realizar con los seres humanos que están cerca de Él”..

San José es modelo para todos los que hemos dedicado la existencia a Cristo en el sacerdocio, la vida consagrada o en las diversas formas de vida laical. San José vivió a la luz del misterio de la encarnación con la atención del corazón. En él podemos ver como la humanidad vive en presencia del misterio y está abierta a él en los más pequeños detalles. En san José no ha separación entre fe y acción: cuando asume su responsabilidad, da un paso al costado para dejar a dios la libertad de realizar su obra, sin ponerle obstáculos. De allí que se lo llame ‘hombre justo’.

La vida de san José, transcurrida en obediencia a la Palabra, es un signo elocuente para todos los discípulos-misioneros que aspiran a la unidad de la Iglesia.

Cuando nos abandonamos plenamente a la voluntad de Dios nos convertimos en agentes eficaces de su proyecto: que todos los seres humanos seamos una sola familia, reconociéndonos hermanos e hijos de un mismo Padre.

Para concluir, dirijamos los afectos de nuestro corazón hacia nuestra Madre del Valle, la esposa humilde de José, la esclava del Señor, para que nos ayude a renovar y a sostener nuestras promesas sacerdotales en los desafíos de cada día, de modo que seamos bálsamo de la misericordia de Dios y testigos creíbles por medio de nuestra fidelidad a Cristo, Sumo, Único y Eterno Sacerdote, a quien sea la gloria y el honor por los siglos de los siglos. Amén.

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