Tal vez por esa razón, los festejos de la Navidad (natividad o nacimiento) son compartidos casi universalmente por personas de las más disímiles tradiciones culturales, a las que se sumó el cristianismo desde que el Papa Julio I, que ofició el cargo entre el 337 y el 352, decidió mudar el día del presunto nacimiento de Jesús de Nazareth del 6 de enero al 25 de diciembre.
Es que la Navidad, más que un nacimiento propiamente dicho, es la vida misma que se renueva, del mismo modo que el Sol, que a lo largo del ciclo, tras pasar por dos equinoccios (primavera y otoño) y dos solsticios (verano e invierno) en su eterno viaje elíptico, se situaba el 25 de diciembre -según los viejos cálculos astronómicos- sobre el Trópico de Cáncer. (Télam).