Sus páginas retoman actualidad al abordar la relación de las imágenes con la verdad, su posibilidad para dar cuenta el paso del tiempo, de la conciencia de muerte en el espectador y la medida en que la contemplación de ciertas imágenes interviene en la comprensión del mundo y de la propio constitución de los hombres y las mujeres como sujetos.
Pero ¿quién era su autor, pionero de una temática que desvela a pensadores más modernos? Marin (1931-1992) fue un filósofo del pensamiento visual, historiador, semiólogo y crítico de arte francés, sobre todo reconocido en la segunda mitad del siglo XX, contemporáneo, amigo y compañero de pares como Jacques Derrida, Pierre Bourdieu y Michel de Certeau.
De sólida formación académica y en permanente intercambio intelectual, Marin produjo una prolífica obra que ponía el acento en el siglo XVII francés con reflexiones que trascendían la época clásica y vinculaban la imposibilidad de reducir el nexo entre texto e imagen, el concepto de representación y la constitución del sujeto mediante la mirada.
Marin falleció en París en 1992. Algunos de sus textos se publicaron en forma póstuma, y aunque unos pocos de ellos circularon entre los lectores iberoamericanos en lengua original, su muerte prematura dificultó la preparación de traducciones de sus trabajos fundamentales. Ahora, a más de treinta años, su obra se vuelva por fin accesible en español, de la mano de la traducción de Víctor Goldstein.
En "Destruir la pintura" propone la "naturaleza intrincada de lo verbal y lo visual", se pregunta inicialmente ¿Cómo hablar de una imagen? y guía la lector a través del laberinto de su propio tren de pensamiento entre dos pinturas, dos lugares -Louvre y Uffizi- y dos prácticas pictóricas: Poussin y su obra "Los pastores de Arcadia" (1638-1640) y "Cabeza de Medusa" (1590-1600) de Caravaggio, a quien el primero acusó de "haber venido al mundo para destruir la pintura".
Esa frase es el disparador que vertebra el recorrido por el pensamiento de Marin. "Este texto transforma pintura en discurso, la desvía hacia el lenguaje: una especie de magia o de retórica que a cada instante corre el riesgo de convertir lo que todos pueden ver en lo que uno solo puede decirse a sí mismo, un lenguaje privado. Al final, me percato de que si este texto interroga o se interroga, no lo hace sino sobre esto, sobre ese cambio, sobre esa desviación, sobre ese riesgo... "para poner de mal humor al lector más benévolo", señala.
Porque este libro indaga, con movimientos telúricos, esa "especie de rumor que tengo, que tienen ustedes, en la cabeza, cuando yo (ustedes) miro cuadros, ese 'ruido' que arrastra un pedazo de poema, un fragmento de historia, un trozo de artículo, una referencia interrumpida, un eco de conversación, un recuerdo imprevisto, etc., un ruido que solo está presente para suavizar el sufrimiento que es indisolublemente el placer de ver mudo (¿el goce?) formas y colores reunidos sobre la tela", postula.
Es ese "ruido visual", el que presenta el ojo cuando se observa un cuadro, el que hace que se deslicen otras imágenes convocadas, desarrollando atajos, desviaciones e incluso "instrumentos para hacer leer" ese mismo ruido o discurso que finalmente "atraviese la pintura".
Justamente será la producción de un relato textual -por momentos despedazado, por otros, coherente e también íntimo- al que remite Marín con absoluta originalidad y retórica para elaborar un ensayo sobre los efectos y las funciones de la representación visual.
Precedido de un ensayo de Agnés Guiderdoni, este libro fue catalagodo por Derrida como "aquello que funda la fundación e instituye la institución del poder dentro de una cierta lógica de representación", en tanto que Chartier lo calificó como "un maná en el que pueden abrevar a manos llenas todos aquellos que se propusieron dibujar un espacio de trabajo donde se ligaran el estudio crítico de las obras, el de su circulación y el de sus significaciones e interpretaciones".
Fuente: Télam