Catamarca
Jueves 25 de Abril de 2024
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Rol de los guerreros del arte durante la Segunda Guerra Mundial

El libro "Operación Monumento", de Robert M. Edsel, narra el recorrido seguido por un grupo especial para impedir el robo o destrucción de tesoros artísticos europeos durante la Segunda Guerra Mundial, siguiendo el día a día de estos `guerreros del arte` en su empeño por salvar y preservar obras y lugares de gran significación cultural.
"Estos héroes anónimos fueron conocidos como los ´Monuments Men´, muchos de ellos soldados -en su mayoría británicos y estadounidenses- que participaron en la campaña militar de los Aliados occidentales entre 1943 y 1951", precisa el autor, un empresario petrolífero y escritor de libros de divulgación histórica-artística.

Y prosigue: "Su cometido inicial consistió en mitigar los daños ocasionados en combate, principalmente en lo relativo a estructuras: iglesias, museos y otros monumentos relevantes. Con el avance de la guerra y el fragmentamiento de la frontera alemana, pasaron a ocuparse de localizar obras de arte, muebles y demás creaciones culturales robadas o desaparecidas".

Un total de 350 personas, hombres y mujeres de trece países distintos participaron de la sección de Monumentos, Bellas Artes y Archivos (MFAA): había militares, historiadores, directores de museos, profesores de arte o simples soldados.

En el libro, recién publicado por Océano, el autor se detiene en algunos protagonistas como George Scout, uno de los impulsores del MFAA; el subteniente James Rorimer, Rose Valland, conservadora temporal del Jeu de Paume -una pieza clave para dar con las obras sustraídas por los nazis-, Jacques Jaujard, director de los museos nacionales de Francia, o el capitán Robert Posey.

También el capitán Walker Hannock, los soldados Harry Ettlinger y Lincoln Kirstein y el Mayor Ronald Edmund Balfour, quien murió durante la contienda por heridas de metralla en la espina dorsal.

La puesta en foco de estos personajes se logra a través de cartas a los familiares, fotografías, documentos oficiales, descripción de batallas y la recreación de algunos diálogos que imprimen un ritmo vertiginoso y real a la narración.

Adolf Hitler quería llevar las obras de arte requisadas a su ciudad natal, Linz (Austría) y crear un museo que las albergara en una gran colección, pero mientras tanto ordenó su traslado a una cueva de sal excavada en la localidad de Altaussee (muy cerca de Linz) para garantizar la preservación de las mismas.

Así es como viajaron a ese destino obras del Louvre, la Galería Nacional de Londres, el Rijksmuseum de Ámsterdam o el museo ruso del Hermitage y también piezas escultóricas y pinturas de catedrales e iglesias diseminadas en distintos puntos del mapa de la guerra.

Entre 1939 y 1945 pasaron por la cueva "La Madona", de Brujas de Miguel Ángel; el retablo de Gante, de Jan Van Eyck; "La ronda nocturna", de Rembrandt o "El astrónomo", de Jan Vermeer.

Otra parte del saqueo de los nazis fue a dar al Castillo de Neuschwanstein, en Fussen (Alemania), considerado el principal almacén de las obras de arte robadas de Francia.

"El castillo ascendía formando ángulos aparentemente imposibles y las habitaciones se sucedían las unas a las otras, a cual más extravagante, llenas todas de cajas y cajones, armazones y plataformas, donde se almacenaba el patrimonio de Francia expedido desde París", se describe en el libro.

"En algunas estancias -continúa- no había más que ornamentos de oro; entre otras, las pinturas se amontonaban sobre estantes o pilas de cajones con las iniciales ´ERR´ (organización dedicada a la apropiación de bienes culturales durante la guerra) pintadas sobre los distintivos de los coleccionistas parisinos. Rorimer comprobó que muchas de las cajas no se habían abierto todavía".

Para los rescates, el grupo no titubeó en valerse de ingenio, coraje y la ayuda de habitantes de aldeas y pueblos que pusieron a su disposición vehículos e información para lograr esconder o recuperar varias obras como el caso de la Madona de Gleize en Bélgica: fue llevada desde la catedral al sotano de la casa de un vecino.

La Mona Lisa, fue sacada del Louvre en una ambulancia, en una de las seis ocasiones en las que fue trasladada de 1939 a 1945 y el Autorretrato de Rembrandt, oculto en una mina de Heilbronn fue extraído de allí en un ataud.

No sólo había que descubrir las piezas, había que catalogarlas antes de devolverlas a sus dueños además de sortear el peligro de los nazis e incluso de los rusos que pretendían quedarse con los tesoros culturales como parte del botín.

En 1945, hacia finales de la guerra, el general Eisenhower "ordenó la devolución inmediata de las obras de arte más importantes a sus respectivos países hasta que pudiera ponerse en marcha un plan de restitución más sistemático".

"Lo primero en devolverse sería el retablo de Gante. Pronto seguirían otras piezas, entre ellas las famosas vidrieras de la catedral de Estrasburgo, que Francia consideraba un tesoro nacional", especifica el texto.

Le tocó al soldado Ettlinger, en Heilbronn, a doscientos metros bajo tierra sacar las vidrieras de la catedral -enormes- luego de su embalaje: setenta y tres cajas en total.

Las vidrieras viajaron directamente desde la mina a Estrasburgo en un convoy y el 4 de noviembre de 1945 en una fastuosa ceremonia se condecoró a James Rorimer con la legión de Honor, lo que lo convirtió en el primer oficial de Monumentos, galardonado con tal alta distinción.

Fuente: Télam

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