Catamarca
Viernes 26 de Abril de 2024
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Snowden encarna el mito de la transparencia total

En Políticas de la intimidad, el ensayista español José Luis Pardo asegura que esa categoría es indisociable de la de lo común, y que la excepción que componen es una forma de resistir a la normalización que promueven las sociedades disciplinarias.
El libro, publicado por la casa Escolar y Mayo Editores, repasa los conceptos fundamentales de muchos pensadores contemporáneos (Foucault, Deleuze, etcétera), preocupado, justamente, por definir una política, es decir, una praxis.

Pardo nació en 1954 en Madrid; está graduado en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de esa ciudad. Es docente. Publicó, entre otros libros, Transversales, La metafísica, La regla del juego, La intimidad y Estética de lo peor.

Esta es la conversación que sostuvo con Télam desde la capital española, donde reside.

T : ¿Cómo entender la intimidad en un mundo donde las categorías de público y privado se han disuelto casi por completo? En Políticas de la intimidad usted sostiene que la intimidad es indisociable de la ciudad. ¿Podría ampliar esta idea?
P : En efecto, se trata de algo problemático, y es interesante comprender por qué lo es. Las categorías de lo público y lo privado son, obviamente, inseparables (sólo hay lo público allí donde hay lo privado, y viceversa). Pero, a su vez, estas dos categorías, tomadas como un todo, son indisociables de otras dos que hacen también pareja: la de lo íntimo y la de lo común. De manera que también se puede decir -y esto ya resulta menos trivial- que sólo puede haber intimidad y comunidad allí donde hay publicidad y privacidad. Por tanto, la decadencia o disolución de la categoría de lo público es, en efecto, inseparable de la decadencia o disolución de la intimidad. Allí donde no hay espacio público tampoco puede haber intimidad, y a partir de ahí empieza una serie de perversiones y confusiones típicas de nuestra época: confundir la privacidad con la intimidad, considerar la comunidad como una alternativa al espacio público, etcétera.

T : El subtítulo del libro, Ensayo sobre la falta de excepciones, empuja a preguntar por la excepción y las excepciones.
P : El subtítulo alude, por una parte, al estado de excepción (y, por tanto, a la teología política de Carl Schmitt y sus ramificaciones e influencias contemporáneas); y por otra parte a lo que parece que ha de contraponerse a la idea foucaultiana de normalización o de poder normalizador (es decir, el poder que justamente tiende a eliminar lo excepcional). De algún modo, hay una conexión entre la idea de Schmitt de que todo en el Estado de Derecho se confabula para conjurar la excepción, para ocultarla, minimizarla, excluirla, y la idea de (Michel) Foucault de que bajo la red disciplinaria que pretende que el poder de administrar la vida penetre por todos los poros de la sociedad late una lucha constante contra lo que se resiste a la normalización (la guerra de todos contra todos con cuya imagen acaba Vigilar y castigar); en ambos casos, en efecto, la autenticidad que la política moderna trataría de encubrir sería la autenticidad de la guerra (aunque Schmitt piense siempre en una guerra entre estados y Foucault siempre en una guerra civil). Es esa idea de que la guerra es lo único que autentifica la política lo que encuentro muy inquietante.

T : Si volvemos sobre la intimidad, ¿cómo pensarla en la sociedad de control según la teorizó Gilles Deleuze? Finalmente, después de los casos Assange y Snowden, ¿pueden entenderse esos escapes como fallas de un estado de excepción que no es tal, o bien una biopolítica que cojea?
P : La intimidad no es un término que pertenezca al léxico de Deleuze, y desde luego sería difícil (aunque no imposible) asignarle un lugar en su pensamiento, pero siempre se trataría de una intimidad des-subjetivada e incluso despojada de individualidad, lo cual no dejaría de permitir entender las relaciones entre lo íntimo y lo común a las que antes me referí. La sociedad de control es, por otra parte y por lo que sabemos de ella, una sociedad de privatización a ultranza, y en la cual los elementos de lo público que subsisten están poderosamente vinculados a las nuevas formas del populismo, al menos en su dimensión estética (fue Frederic Jameson el primero que habló de estética populista para referirse a la arquitectura posmoderna, creo). Assange y Snowden no son mis héroes, desde luego, pero tampoco mis villanos. Son la encarnación del mito de la transparencia total, que es, en sí mismo, la prueba de la gravedad de nuestra situación.

Lo que Deleuze decía era que la diferencia de nuestras sociedades con respecto a cualesquiera otras anteriores o exteriores es que en todas ellas había secretos, cosas que no podían divulgarse porque su difusión comportaría enormes perjuicios. Esas sociedades conocían el secreto (y también las sociedades secretas), pero no el escándalo en el sentido periodístico de nuestros días. En la sociedad contemporánea nada puede ser secreto, todo es en sí mismo transparente y revelado más tarde o más temprano, pero al mismo tiempo todo resulta escandaloso, con lo cual tanto la transparencia como el escándalo pierden relevancia. Es posible que, junto con las muchas deficiencias de estas sociedades nuestras, nos estemos hoy haciendo conscientes de las deficiencias que afectan también a estas categorías de biopolítica o sociedades de control, etcétera, a la hora de acometer las tareas políticas del presente y de ejercer la crítica con radicalidad.

Fuente: Télam

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