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Jueves 25 de Abril de 2024
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Treinta mil personas de verde con lluvia

La fiesta del Santo patrono irlandés se llevó a cabo en el Bajo en medio de un riguroso operativo de seguridad y controles de alcoholemia a conductores.
(DIARIOC, 18/03/2010) El ruido de dos redoblantes aturde. Los toca un chico de remera verde, medias blancas tres cuarto, pollera escocesa. Está animando a un grupo de amigos que estallan las palmas de sus manos contra la mesa de un pub irlandés de calle Reconquista, vallada y llena de policías. En la vereda llueve a baldazos, pero eso no aplaca los ánimos de las 30 mil personas, según los organizadores, que merodean por la zona sin conocer del todo la historia de esta celebración.

Es San Patricio y la gente festeja, con ropa verde, con pelucas rojas, con tréboles hechos con fibrones indelebles, de traje y corbata, en cuero.

Al pibe del redoblante lo acompaña otro con una gaita entre sus brazos. El uniforme es el mismo. Infla los cachetes como una piñata y saca un ruido agudo. El del redoblante agarra los palillos con fuerza, un vendedor de rosas entra al bar y desparrama por el aire pétalos rojos y blancos. El del redoblante se ceba y le da al parche con más fuerza.
A esta altura el percusionista parece Rob Gardner, el baterista de los Guns and Roses.

En otro bar, Porto Pirata, una chica de unos 20 años con una corneta verde improvisa un embudo:

–¡Fondo, fondo, fondo! ¡Eh, eh, eh eh! –alientan los pibes, mientras ella pasa por las mesas. Un chico se presta a abrir su boca para que la chica le calce el embudo. Enseguida medio litro de cerveza fría se escurre por el recipiente de plástico. Unas gotas caen derramadas por el cuello de la camisa blanca del pibe. La escena es muy parecida a una publicidad de cerveza. Y de nuevo la barra alienta:

–¡Eh, eh, eh eh!

En ese instante en uno de los televisores del bar un noticiero da una terrible noticia: “Un incendio destruyó una casa. Una embarazada en peligro”. Pero nadie le presta atención.

En el bar The Kilkenny la entrada cuesta 50 pesos. Los chicos hacen cola bajo la lluvia. Un vendedor aprovecha la volada y esfuerza su garganta áspera: “Hay paraguas, hay umbrellas”.

Adentro el calor es insoportable. Los mozos corren como en los dibujitos animados. Esquivan personas mientras llevan las bandejas cargadas de papas fritas, picadas con aceitunas y jamón crudo. En ese bar hasta la cerveza la tiñeron de verde. “Pensé que era de menta”, dice Juan Manuel, un pibe que vive en Quilmes.

Al lado de él está Araon, un rubio que llegó hace un mes y medio de Estados Unidos. El extranjero bambolea un vaso con un líquido de un verde radiactivo, una mezcla de whisky con Ginger Ale. En el líquido flota un hielo de plástico que con una lamparita de led ilumina el trago.

“La vida del Santo no la conozco. Si San Patricio nos viera tomando esta cantidad de birra creo que volvería a la tumba”, dice Esteban Gómez, sentado en un bar mientras toma un trago de cerveza rubia.

Para Luis Alberto Purdon los festejos de San Patricio eran los de antes. Es descendiente de irlandeses. Tiene 52 años y trabaja en la AFIP. “Antes –dice– sobre Reconquista se ponían tablones con caballetes y se tomaba cerveza en la calle. Ahora se volvió popular y se perdió un poco la tradición. Los pibes toman mucha cerveza y pocos son los que saben la historia del Santo”.

Su mujer lo mira. Ella también tiene una peluca roja pero sin rulos, se pintó como una maquilladora profesional un trébol alrededor de su ojo.

Entre empanadas, sándwiches de milanesa completos y tartas de verdura un grupo de amigos toma cerveza mucho más barata que en los bares “irlandeses”: 20 pesos el litro.

Santiago es uno de los que eligió la Rotisería Reconquista. En ese local no hay birra verde, tampoco nadie habla en inglés. “Entre el olor a milanga y a empanadas estamos disfrutando de la noche con amigos. Creo que el 60% de los pibes no sabemos qué festejamos”, dice, acodado al mostrador.

Jonatan y Sol se resguardan de la lluvia en el estacionamiento de un edificio. Ellos compraron tres latas de medio litro en un supermercado y las metieron adentro de una mochilla. “No intentamos entrar a ningún bar. Las entradas son carísimas y los lugares explotan de gente”, dice la chica.

La banda de música está terminando el show: el de la gaita escupe el último trago de aire. Los cachetes parece que le van a explotar. El del redoblante lo acompaña, pero no tan enérgico. Se despiden del bar con el Himno a la Alegría.
Los pibes cantan otra canción:

–¡Volveremos, volveremos, volveremos otra vez, volveremos a ser campeones como en el 86!

Fuente: criticadigital.com.ar

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