Casi como un secreto que se murmura al oído, esta hija de inmigrantes y reconocida narradora argentina, que cuenta con una veintena de libros publicados, recopiló su propia arqueología familiar desde las ancestrales recetas judías.
Entre fotografías en sepia y ollas enlozadas, Plager recuerda el aclamado strudel de su madre; las dulces cáscaras de naranja que su abuela diabética retaceaba; la codiciada compota de cerezas de la tía Sara; los famosos shnitzel (milanesas) que la tía Letta preparaba con carne picada y los knishes favoritos del parco tío Jonás.
"La cocina en mi vida es una forma de unir a la familia, a los amigos, de sociabilizar con amor. Estuve cuatro meses sin caminar por un accidente y cuando me sentí mejor me llevaron a la cocina e hice un caldo de pollo. Esa fue mi Pascua de Liberación porque podía llegar a la mesada. La comida tiene una simbología y es también una manera de sobornar a los más chicos para que vengan a ver a los más grandes", cuenta Plager en diálogo con Télam.
Mi cocina judía (Sudamericana) sigue la conducta literaria de esta autora, quien, por ejemplo, en la novela histórica Malvinas, la ilusión y la pérdida o en Las mujeres ocultas de El Greco rastreó al detalle las costumbres culinarias de las islas en 1829 o los hábitos del comer durante los años del pintor renacentista.
Fuente: Télam