"Y todos lo arrastran como se arrastra una res sacrificada, todavía palpitante, sin dejar de golpearlo, en la cara, en las piernas, en el estómago, con palos, con piedras, con zapatos, sin dejar de punzar su carne adormecida con chuzos, con navajas, con varillas, echándole su vaho de muerte encima, sus gritos de dolor, sus sollozos, sus lágrimas", describe Torres la ira de un pueblo que ha salido a ajusticiar al asesino que el poder señala.
Con El crimen del siglo y El incendio de abril -recién editados por Alfaguara- el escritor retrata con minucia el surgimiento de la violencia política en los años previos al asesinato de Gaitán haciendo foco en el derrotero de un joven desquiciado y anónimo que un día se convierte en asesino.
Torres es un reconocido escritor colombiano, autor de textos como "Los oficios del hambre", "Ladrón durante el alba" y la premiada obra teatral "La siempreviva", que se presentó en Buenos Aires en febrero de este año.
- Télam: ¿La ficción tiene en este caso una función interpeladora en tanto opera sobre las zonas difusas de un episodio que los investigadores no han podido dilucidar aún?
- Torres: En Colombia tenemos muchas zonas oscuras, agujeros negros. Siempre ha habido una actitud de ocultamiento, de negación sobre sucesos muy importantes que han pasado en nuestra historia. El asesinato del 9 de abril de 1948, que disparó un estallido social tremendo conocido como el Bogotazo y fracturó en dos a la sociedad colombiano, es una de esas zonas oscuras.
A la distancia, el asesinato sigue siendo un misterio: cómo se planeó, si fue una conspiración o si fue obra de un homicida solitario y loco que le disparó a Gaitán al salir de su edificio. A mí particularmente me interesó escribir sobre este episodio con la expectativa de que la ficción me ofreciera una respuesta que la Historia no ha dado todavía.
No es extraño que ronde la idea del complot para asesinar a Gaitán. En un momento parecía que había muchos interesados en asesinarlo, tanto la oligarquía liberal conservadora como la Iglesia, que lo veía como un hereje. Los fascistas lo veían como un comunista, los comunistas como un fascista. Y por si fuera poco Estados Unidos lo veía como un enemigo de la democracia.
El héroe es Gaitán y el antihéroe, su presunto asesino. A la hora de escribir me incliné por este último, porque de él casi no había información. Era como un hombre invisible, anónimo... un ser marginal e insignificante.
- T.: ¿Qué grietas hay entre el Rosa Sierra que recuperan las crónicas periodísticas y el que recrea su novela?
- To.: En realidad, más que grietas hay un contraste entre el porte de asesino con el que quedó registrado en la Historia y la manera en que lo hago llegar al crimen desde mi novela. De hecho, cuando empecé a escribir el libro lo hice con el convencimiento de que era el asesino. A las pocas páginas esa imagen se resquebrajó y me di cuenta de que ese ser era incapaz de matar.
Ahí se produjo un punto de quiebre en la novela y se me ocurrió entonces plantear a Roa Sierra como una especie de héroe trágico que renuncia al crimen, pero a quien las fuerzas de la adversidad lo llevan hacia él una y otra vez, sin escapatoria posible.
- T.: ¿Esta decisión de completar desde la ficción el perfil de un asesino cuyo pasado ha sido escamoteado por la crónica o la investigación ilumina una postura sobre la memoria como una construcción?
- To.: La ficción literaria arroja luces reveladoras que hacen que el lector mire un hecho real de una manera distinta. La culpabilidad de Roa Sierra, en ese caso, aparece en una zona de total ambigüedad: no confirmo que fue él el asesino pero tampoco lo niego.
Nunca escribiría una novela histórica. Investigué mucho para este libro -lo que estaba pasando en el país, la pugna de los partidos políticos, los movimientos de Gaitán- pero la idea fue llegar a la verdad a través de la ficción, instalando una conjetura no ya acerca de lo que fue sino de lo que pudo haber sido.
Me interesa lograr con el lector una relación de placer y de conocimiento y a la vez crear una versión que puede ser lo que pudo ser y que hace que el lector después de leer la novela vea la historia de una manera distinta.
- T.: ¿Qué es lo que más interesa a un escritor cuando aborda la vida de un asesino? ¿Comprender sus móviles, detectar cuánto del contexto predetermina sus acciones?
- To.: En mi caso particular, fue una relación muy apasionante. Hubo un momento en que se volvió un personaje muy familiar, muy real. A medida que avanzaba en la novela fui avanzando en mi relación con él, tanto que no me costó narra la escena de la muerte de Gaitán pero sí se me hizo muy difícil describir el momento en que muere.
Siempre me propongo no crear personajes esquemáticos, íntegramente buenos o malos, poco o nada verosímiles. A unos les asigno los roles más despreciables pero incluso a esos les otorgo rasgos de bondad. Me interesa dotarlos de un carácter humano, contradictorio: no son malos porque sí, son producto de circunstancias sociales que los han llevado a obrar así.
Fuente: Télam
