Macri comete el mismo pecado al pedirle al gobierno que saque al país de su condición de deudor, tras haber sido beneficiario directo del endeudamiento suicida del país y de la nacionalización de las deudas contraídas por empresas privadas como la de su padre, Franco Macri.
Como si enfrentaran a una sociedad sin memoria alguna, los mismos dirigentes que participaron de los gobiernos que hipotecaron al país y produjeron procesos hiperinflacionarios aparecen escandalizados frente a las pantallas de televisión horrorizados por las tasas de inflación.
Perón decía que los precios van por el ascensor y los salarios por la escalera, pero en la Argentina de hoy funcionan las convenciones colectivas que discuten periódicamente el nivel de ingreso de los trabajadores, en tanto las jubilaciones se ajustan por el sistema de movilidad implantado por ley.
El primer presidente de la democracia recuperada, Raúl Alfonsín, soporto los elevados ajustes de precios que producen los empresarios y no los gobiernos, pese a que intento controlar la inflación con ajustes ortodoxos como el Plan Austral y el Plan Primavera.
Pero el hijo del ex presidente, Ricardo Alfonsín, tiene una visión singular: distingue a la inflación que desestabilizó a su padre de la actual, porque piensa que ahora se produce "por torpeza".
Para el ex candidato radical, la puja por el ingreso, una contradicción básica del capitalismo, no existe. Ni tampoco la memoria inflacionaria de la sociedad, que guarda traumáticamente el Rodrigazo, los últimos días del alfonsinismo en la Casa Rosada y el primer tramo del Menemismo.
Algunos sociólogos aseguran que el amor del pueblo alemán por la estabilidad es hijo del espanto de la República de Weimar, cuando los marcos se llevaban en carretilla y se incubó el nazismo.
La paradoja del debate por la inflación se repitió claramente con la fragata Libertad, detenida en Ghana por la acción de un fondo buitre.
Los mismos que endeudaron al país y lo sometieron a jurisdicción internacional en una resignación de soberanía inconcebible, cuestionaron al gobierno por el hecho de que la embarcación hubiera ingresado a un puerto inseguro.
Clamaron además porque se pagara la deuda al usurero Paul Singer para que se libere al emblemático navío. Pero el gobierno logró que la nave vuelva a su base sin pagarle un solo dólar al mismo fondo con el cual litiga en Nueva York .
La Argentina tiene una vasta y dolorosa experiencia en materia de endeudamiento y de inflación. Para sofrenar los precios se aplicaron centralmente dos tipos de planes de estabilización: el peronismo fijó precios máximos y los gobiernos más conservadores recortaron el gasto fiscal y la emisión de moneda.
El congelamiento de precios se topó con el mercado negro y el desabastecimiento, mientras que los ajustes ortodoxos produjeron recesión, desempleo y pobreza. Por supuesto que la primera alternativa horroriza a la derecha, por lo cual, quienes se rasgan permanentemente las vestiduras por la inflación, lo que están proponiendo en realidad es el ajuste sin anestesia.
Si el Estado no estimula al mercado interno, si no realiza inversiones como el plan recrear de viviendas y la renovación de la red ferroviaria, sin planes sociales como la asignación universal para los chicos, y sin aumentos jubilatorios y salariales, obviamente la demanda declina y los precios pueden desacelerarse. Pero lo que sobreviene es la paz de los cementerios.
Es el remedio que se aplica hoy en Europa para las naciones sobre endeudadas, que resulta obviamente peor que la enfermedad. Es la vieja pócima que los argentinos ingirieron desde 1976 hasta el 2001, con breves interregnos. La receta liberal se funda en la teoría del derrame, a la cual adhiere la derecha y expresamente Mauricio Macri.
La fabula de mercado asegura que sin subsidios, controles ni regulaciones, la economía se libera y derrama por si sola prosperidad para todos. Claro que sin subsidios, el subterráneo cuesta 3,50 en lugar de 1,10 . En suma, el pato lo paga el consumidor.
El kirchnerismo no tiene en cambio metas antiinflacionarias expresas, sino que prioriza el crecimiento y la redistribución de ingresos. Reniega de los planes de ajuste y cree que el Estado debe subsidiar tarifas y consumos populares, para sostener el salario real y evitar que los más postergados caigan en la exclusión social.
Se trata de dos visiones opuestas de país: la de los adoradores del mercado y la de quienes creen en el rol rector del Estado.
Los primeros endeudaron al país hasta que exploto en 2001 con una tasa de desocupación del 25 por ciento y una pobreza extendida, mientras los segundos lo desendeudaron drásticamente en relación con el PBI, generaron reindustrialización y empleo.
Sin embargo, quienes produjeron la hipoteca externa y empobrecieron al país con políticas neoliberales, acusan hoy impunemente al gobierno que revirtió esa pesada herencia.
El argumento es la inflación, pero detrás está la nostalgia por el imperio del mercado, cuando los más poderosos imponían sus decisiones frente a un Estado ausente.
Fuente: Télam
